martes, 15 de octubre de 2013

Imponderable: el primer modelo estándar de la física


Cuando los humanos nos enfrentamos a algo complejo usamos analogías con otra cosa que nos es familiar. Estas analogías cambian con el tiempo y la evolución de la técnica y nuestra familiaridad con nuevos dispositivos. Así, por ejemplo, el funcionamiento del encéfalo humano a mediados del siglo XX se asemejaba a una centralita de teléfonos, mientras que hoy se suele comparar con un ordenador. En el siglo XVIII y a comienzos del siglo XIX las semejanzas se hacían con dispositivos mecánicos en general. Fenómenos tan novedosos como la electricidad o el estudio del calor encontraron pronto acomodo en la analogía con las conducciones de agua.

Esta analogía para la electricidad puede trazarse hasta un momento preciso. En 1729 Stephen Gray descubrió que un hilo empapado conduce la electricidad, por lo que de ahí a asimilar el agente de la electricidad con agua corriendo por una tubería había un paso. Esta analogía se vería completada poco después por la comparación que hizo Benjamin Franklin entre las máquinas que se usaban para generar electricidad (en esta época poco más que cilindros y esferas de cristal que se frotaban, esto es, generadores electrostáticos rudimentarios) y las bombas impulsoras y entre las botellas de Leyden (los primeros condensadores) y los embalses.

Para aquellos que aceptaron la versión de Robert Symmer (1759) de la teoría de Franklin en la que las cargas negativas eran tan reales como las positivas, en la electricidad participaban dos fluidos que, dado que los cuerpos cargados pesados pesaban tanto como los neutros, se asumía que tenían un peso no medible, esto es, eran imponderables. Se iniciaba así la construcción de un modelo, el modelo imponderable, que llegaría al siglo XX.

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