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jueves, 28 de marzo de 2013

Frans de Waals: El comportamiento moral de los animales

El pasado viernes Antonio Osuna (BioTay) publicaba en el Cuaderno de Cultura Científica de la UPV/EHU un magnífico artículo titulado El origen natural del bien. En él explicaba cómo el altruismo es algo no exclusivo de los humanos encontrándose ejemplos en el comportamiento de muchos animales. En el vídeo que presentamos a continuación Frans de Waals abunda en esta idea y la amplía al comportamiento moral en animales en sentido amplio.

El vídeo es muy intructivo, divertido e invita a la reflexión y complementa, creemos, perfectamente el texto de BioTay. Está subtitulado en español. ¡Que lo disfrutes!


miércoles, 9 de enero de 2013

Risas enlatadas y mesías




La risa enlatada, heredera de la claque teatral, no es un invento precisamente moderno. Nació en la radio estadounidense de los años cuarenta cuando el guionista Bill Morrow insistió en introducirla en un programa no demasiado gracioso. Sesenta años después sigue usándose, fundamentalmente en televisión, si bien en algunos casos se sustituye por una audiencia en directo, eso sí, convenientemente dirigida y animada. Y esto tiene que ver mucho con el éxito de los me gusta de Facebook, los retuits de Twitter, los espacios en las portadas de los medios digitales con los artículos más leídos, los más compartidos o los más comentados, con las listas de los libros más vendidos, con los bares con más gente, los restaurantes de carretera con más camiones y con los círculos sociales cerrados de las religiones.

Nosotros, que nos creemos tan racionales habitualmente, nos dejamos guiar a la hora de tomar decisiones en innumerable número de ocasiones por unas reglas generales que traemos de serie por el hecho de ser miembros de la especie llamadas prejuicios cognitivos para, una vez tomada la decisión, racionalizarla después. Uno de estos prejuicios cognitivos es la prueba social.

Correcto es lo que hace la mayoría

El principio de la prueba social (PPS) afirma que determinamos lo que es correcto averiguando lo que los demás piensan que es correcto. El PPS se aplica especialmente cuando decidimos qué constituye un comportamiento correcto en una situación dada. Y decidimos que un comportamiento es correcto en una determinada coyuntura cuando vemos a los demás realizarlo, ya sea qué hacer con un bote de refresco vacío a la salida del cine, a qué velocidad circular por un tramo de autopista o cómo comer el marisco en una boda de postín.

Como regla general el PPS tiene sentido y acierta en buen número de ocasiones. En principio cometeremos menos errores actuando conforme a lo que los congéneres consideran bueno que yendo en contra. Habitualmente, cuando mucha gente hace algo resulta ser la elección correcta. Esta característica del PPS es a la vez su mayor fortaleza y su mayor debilidad.

Si te fijas la próxima vez que veas un programa de televisión con risas incorporadas te darás cuenta de que la gente que te rodea sonríe casi sistemáticamente cuando se oyen las risas...aunque sean incapaces de explicar el chiste, suponiendo que éste exista y tenga gracia. Este es el peligro del PPS: responder a la prueba social de una forma tan automatizada e irreflexiva que seamos engañados por argumentos parciales o, directamente, falsos. Y aquí nace la posibilidad de manipulación y abuso.

Suelo repetir que la mejor ventana a la forma de funcionar de la mente humana es un libro de técnicas de venta. No suelen tener un contenido científico en el sentido habitual del término, pero sí suelen concentrar la sabiduría acumulada durante siglos sobre cómo usar los prejuicios cognitivos, aunque ni los llamen así o ni siquiera sepan lo que son, para convencer a una persona de que será más feliz separándose de su dinero. Una de las máximas que se suele encontrar basada en el PPS podría resumirse así: “Dado que el 95% de las personas son imitadoras y sólo el 5% iniciadoras, resulta que la inmensa mayoría de la gente se ve más persuadida por las acciones de los otros que por ninguna razón que puedas esgrimir. Por tanto convence a ese 5%, que los demás le seguirán.” Un buen ejercicio la próxima vez que veas la televisión es detectar cuántos anuncios se basan total o parcialmente en esta expresión del PPS.

El PPS tiene un poder enorme, mucho más del que estamos dispuestos a atribuirle, tanto que toda una vida puede cambiarse por lo que el PPS nos permite creer. Estudios realizados sobre el PPS indican que funciona mejor cuando la prueba social la da un grupo numeroso de personas. Pero, ¿qué ocurre si es todo nuestro entorno el que piensa que algo es lo correcto aunque objetivamente sea un sinsentido? Pues ocurre que entramos en el mundo de las sectas religiosas, y entren aquí todas las religiones organizadas que separen a sus miembros de la interacción libre con el conjunto de la sociedad. Y es que, tengámoslo claro, no es necesario que se ejerza una coerción sobre la persona, es la persona misma la que usa la prueba social para convencerse de que lo que prefiere que sea cierto parezca que es cierto.

El mesías anunciado por los profetas, el ungido del Señor, Sabbatai Zevi

Hay muchos ejemplos del poder maléfico del PPS a lo largo de los siglos. La Alemania nazi es un ejemplo evidente pero, para mi, ninguno supera la historia de los sabateos, los seguidores de Zevi, el llamado mesías.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Al menos un 4% adicional del genoma tiene selección estabilizadora en humanos.


¿Qué nos diferencia a los humanos modernos de otras especies? Parece una pregunta un poco estúpida, por lo evidente que puede parecer la respuesta. Sin embargo, si preguntamos ¿qué parte del genoma humano es exclusiva y característicamente humana? La respuesta ya no es tan obvia. El 5% del genoma humano se conserva entre especies; un 4% adicional, al menos, estaría sometido a una selección específica de la especie. 

Al resultado anterior es al que han llegado Lucas Ward y Manolis Kellis, ambos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (EE.UU.), en un artículo aparecido en Science. Los dos investigadores usaron datos de ENCODE para identificar partes del genoma que realmente hace cosas y datos del Proyecto 1000 Genomas, que ha estudiado variaciones en el genoma humano en cientos de personas, para descubrir cuantos de estos elementos funcionales varían de persona a persona. En concreto se fijaron en señales que indiquen que la selección natural está manteniendo un elemento. La lógica es simple: si algo es evolutivamente importante entonces las variaciones aleatorias en su secuencia de ADN serán eliminadas lentamente de la población, manteniéndolo funcional en un proceso conocido como selección estabilizadora.

Los investigadores encontraron que, además del 5% de ADN humano que se conserva entre especies de mamíferos, existe otra porción substancialmente mayor que es bioquímicamente activa. Sin embargo, al menos un 4% adicional del ADN humano parece que es característicamente humano en el sentido de que está sujeto a selección estabilizadora en humanos pero no en otros mamíferos. Mucho de este ADN característico está implicado en regular la actividad de los genes, por ejemplo, controlando cuánto se produce de una proteína en vez de alterar la naturaleza de la proteína misma.

Este hallazgo está en sintonía con la hipótesis más aceptada actualmente de que el cambio evolutivo está más relacionado con los elementos reguladores más que con la estructura de proteínas. Los investigadores también encontraron que segmentos largos no codificantes que no se conservan en otros mamíferos están de hecho muy constreñidos en su evolución, lo que sugiere que tendrían funciones específicamente humanas.

Algunas de las áreas identificadas como concretamente humanas son la regulación de los conos de la retina (que nos permiten ver en color) y la regulación del crecimiento de las células nerviosas. Estos procesos evolucionaron rápidamente en los ancestros primates del Homo sapiens pero ahora están sometidos a una fuerte selección estabilizadora para mantener sus funciones beneficiosas.

Independientemente de estos primeros resultados, los autores han creado un poderosa herramienta para investigar en detalle los que nos hace humanos a los humanos.


Esta entrada es una participación de Experientia docet en la XVI Edición del Carnaval de Biología que alberga El blog falsable.

Referencia:

Ward LD, & Kellis M (2012). Evidence of Abundant Purifying Selection in Humans for Recently Acquired Regulatory Functions. Science (New York, N.Y.) PMID: 22956687

martes, 17 de julio de 2012

La estabilidad de la silla y tu pareja ideal





¿Hasta qué punto nuestras decisiones están determinadas por las circunstancias? Es probable que respondas que bastante pero porque asumes que eres consciente de esas circunstancias y que las sopesas, también conscientemente, a la hora de tomar una decisión que tú crees racional. Permíteme que te lo plantee de una forma ligeramente diferente: ¿hasta qué punto influye en tu posicionamiento político o en tus preferencias a la hora de elegir pareja la silla en la que estás sentado? ¿Te parece absurda la pregunta? Si influyese de alguna manera, ¿qué nos diría eso de tu libertad individual? Sigue leyendo, puede que te sorprendas.

En los últimos años se han realizado experimentos en los que se ha tratado de dilucidar cómo hechos circunstanciales, aparentemente intrascendentes, afectan a nuestra interpretación de las intenciones de los demás y a nuestra toma de decisiones, reforzando la idea (como si hiciese falta) de que buena parte de nuestros juicios y decisiones se toman a nivel inconsciente, por algo que alguien describió como automatismos de mamífero. Así, si a una persona se le ofrece una bebida con hielo en circunstancias en las que una caliente también tendría sentido, ésta interpreta que los presentes no la acogen, mientras que si se le ofrece una caliente se siente bienvenida. Si esto suena extraño aún lo es más el que si haces que votantes se sienten en sillas que se inclinan hacia la izquierda consigues que simpaticen más con políticas asociadas con la izquierda [1].

Acaba de aparecer otro estudio [2] encabezado por David Kille, de la Universidad de Waterloo (Canadá), que ha sido aceptado para publicación en Psychological Science, que también se centra en el efecto del mobiliario. Sugiere que algo tan trivial como la estabilidad de sillas y mesas tiene su efecto en nuestras percepciones y deseos.

Los investigadores pidieron a la mitad de sus 47 voluntarios, estudiantes sin vínculos sentimentales, que se sentasen en una silla ligeramente coja frente a una mesa tampoco demasiado estable mientras realizaban la tarea asignada. La otra mitad se sentaron en sillas frente a mesas que eran idénticas a las del otro grupo pero sin que ni unas ni otras cojeasen.

Una vez sentados los participantes tenían que juzgar la estabilidad de las relaciones de cuatro parejas de famosos: Barack y Michelle Obama, David y Victoria Beckham, Jay-Z y Beyoncé y Johnny Depp y Vanessa Paradis [me informan de que esta pareja parece ser que ya se habría disuelto]. Para emitir su juicio los participantes valoraban en una escala del 1 al 7 la probabilidad de que la pareja se rompiese en los próximos cinco años, siendo 1 “muy poco probable” y 7 “con toda probabilidad”.

Tras haber hecho esto, los participantes tenían que calificar sus preferencias por varios rasgos de una posible pareja. Los rasgos incluían algunos que un estudio piloto previo indicaba que se asociaban con el sentido de estabilidad psicológica (por ejemplo, digna de confianza o responsable), otros asociados con inestabilidad psicológica (espontanea, aventurera) y un tercer grupo sin asociación con la estabilidad o la inestabilidad (cariñosa, divertida). Los sujetos valoraron cada rasgo en una escala del 1 al 7, con 1 siendo “para nada deseable” y 7 “extremadamente deseable”.

Los resultados ponen de manifiesto que, igual que las bebidas frías nos llevan a la percepción de que las condiciones sociales también lo son, las sensaciones de inestabilidad física nos llevan a percepciones de inestabilidad social. Los participantes que se sentaron en sillas cojas a mesas cojas otorgaron a las parejas de famosos una puntuación de estabilidad promedio de 3,2, mientras que los que usaron mobiliario estable dieron un 2,5.

Pero lo que llama particularmente la atención es que los que se sentaban en las sillas inestables no sólo veían inestabilidad en las relaciones de los demás sino que valoraban más la estabilidad en las propias. Dieron a los rasgos que se relacionan con la estabilidad en sus posibles parejas un promedio de 5,0, mientras que los que usaron mobiliario estable dieron a estos mismos rasgos 4,5. No es una gran diferencia, pero es estadísticamente significativa.

Si sólo un poco de inestabilidad ambiental parece favorecer el deseo de una roca emocional a la que aferrarse, no quiero ni pensar lo que pueden estar pasando algunas parejas en los tiempos en que vivimos.

Referencias:

[1] Daniel M. Oppenheimer, & Thomas E. Trail1 (2010). Why Leaning to the Left Makes You Lean to the Left: Effect of Spatial Orientation on Political Attitudes Social Cognition, 28 (5), 651-661 : 10.1521/soco.2010.28.5.651

[2] David Kille, Amanda Forest, Joanne Wood (2012) Psychological Science [Título definitivo y DOI pendientes]

viernes, 22 de junio de 2012

Cómo usar uranio para saber si un neandertal pintó en una cueva.




En estos días ha habido mucho revuelo mediático con la posibilidad de que los neandertales hubiesen tenido la oportunidad de ser los pintores de Altamira y otras 10 cuevas del norte de España (véase este enlace como ejemploy más datos) . A lo que no se ha prestado atención alguna es al método empleado, que en el artículo publicado en Science, Pike et al. llaman “datación por serie U”. Vamos a explorar la base teórica (incluidas las matemáticas) del mismo, que es muchísimo más sencilla que la experimental, porque si bien no hay nada más práctico que una buena teoría, también es cierto que aún no debiendo haber teóricamente diferencia entre teoría y práctica, en la práctica, la hay.

Los investigadores usaron los ratios entre los isótopos uranio-234 y torio-230 para datar los depósitos de calcita sobrepuestos a las pinturas para calcular la edad mínima de las mismas. Los resultados, con edades mínimas en el entorno de los 40.000 años de antigüedad, abren distintas posibilidades. Como se supone que Homo sapiens sapiens no migró a Europa hasta hace poco más de 40.000 años es probable que trajese sus habilidades artísticas africanas con él y decorase las cuevas poco después de llegar o, quizás, las pinturas más sencillas y antiguas fuesen de hecho la obra de neandertales.


La datación uranio-torio es especialmente interesante en el análisis de carbonatos cálcicos, como la calcita, ya que ninguno de los elementos puede escapar del mineral, ni otros átomos de ellos pueden entrar, una vez se ha formado. En las condiciones de formación de las calcitas el uranio es soluble mientras que el torio no lo es, por lo que cuando se forma el depósito mineral contendrá uranio pero no torio. La cantidad del isótopo U-234, que es el isótopo que por desintegración alfa se convierte en torio 230, que podemos esperar tener en una calcita recién formada es del orden de partes por millón o inferiores. Suponiendo que sepamos la cantidad original de uranio presente en la muestra, necesitamos poder calcular cuánto Th-230 tendremos pasado un tiempo a partir de una determinada cantidad de U-234 para tener un método para determinar el tiempo transcurrido.

Imaginemos que el isótopo A se desintegra para dar B, por el proceso que sea: A  B. La desintegración de un núcleo inestable es algo completamente aleatorio y es imposible predecir cuándo un átomo en concreto se va a desintegrar. Sin embargo, la probabilidad es igual en cualquier tiempo t. Si tenemos un número N de núcleos de un isótopo concreto, transcurrido un tiempo infinitesimal, que llamaremos dt, se habrán desintegrado un número infinitesimal de núcleos, dN, quedando N-dN. Por otra parte, el número de desintegraciones que se produce en la unidad de tiempo, -dN/dt, debe ser proporcional al número de nucleones presente, igual que en una sala en silencio el número de toses es proporcional al número de personas presentes, como bien saben los músicos de clásica. Así, si llamamos a la constante de proporcionalidad característica de ese isótopo λ, podemos escribir:

-dN/dt = λN

Esto es una ecuación diferencial muy sencillita que el lector puede comprobar que tiene como solución

N = N0 e-λt , donde N0 es el número de átomos pata t = 0. [1]

Sin embargo, el sistema U-234 - Th-230 no es tan sencillo, puesto que el Th-230 también se desintegra. Estamos entonces ante esta situación: A B C. El razonamiento es análogo: si tengo N núcleos, pasado un tiempo infinitesimal dt, tendré N+dN núcleos. En este caso escribo +dN, porque dN puede ser positivo o negativo, dependiendo de si se forman más núcleos de los que se desintegran o al revés. En cualquier caso, la variación en el número de núcleos será los que se forman menos lo que se desintegran, por tanto, usando [1]:

dNB/dt = λANAλBNB = λA N0A e -λAt λBNB

Esto sigue siendo una ecuación diferencial nada complicada, que se puede comprobar que tiene como solución:

NB = (NA0 λA) / (λB - λA) · (e -λAt - e -λBt) [2]

En pura teoría ya tenemos la ecuación que buscábamos. Si conocemos las constantes de los isótopos U-234 (que ocupa el lugar de A) y del Th-230 (B), que las conocemos, tendríamos un método para medir la antigüedad de los depósitos de calcita.

El inteligente lector que haya llegado hasta aquí se habrá dado cuenta de que venimos arrastrando un problema no menor desde el principio: ¿cómo sabemos qué cantidad había al comienzo del isótopo A, lo que hemos llamado NA0? Simplemente, no lo sabemos, ni lo podemos saber con suficiente precisión. Por eso un método de datación que se base en una serie radioactiva sólo es válido si uno de los núcleos es estable (λB = 0) o, como el caso de U-234 y Th-230, que se cumpla que

0 < λA << λB

Entonces [2] queda reducida a

NB / NA λA / λB (1 - e -λBt) [3]

Ya que también en este caso, NA ≈ NA0.

Vemos pues que si medimos por espectrometría de masas el ratio Th-230/U-234 tenemos una forma directa de medir el tiempo desde que se formó la calcita con un error más que razonable. Sólo nos quedará corregir por la cantidad de U-238 que se convierta en U-234, pero eso es más de lo mismo (se deja al lector como ejercicio).

Observando la ecuación [3] vemos una de las limitaciones del método: para tiempos suficientemente grandes NB / NA tiende a un valor constante λA / λB, es lo que se denomina equilibrio secular (se forma tanto Th-230 como se destruye). Por tanto el método uranio-torio no puede datar más allá de 500.000 años, aproximadamente.




Referencia:

Pike AW, Hoffmann DL, García-Diez M, Pettitt PB, Alcolea J, De Balbín R, González-Sainz C, de las Heras C, Lasheras JA, Montes R, & Zilhão J (2012). U-series dating of Paleolithic art in 11 caves in Spain. Science (New York, N.Y.), 336 (6087), 1409-13 PMID: 22700921

lunes, 11 de junio de 2012

Juan Enríquez: ¿Serán nuestros hijos de una especie diferente?


Esta TEDTalk de Juan Enríquez no te dejará indiferente. Desde el Big Bang un rápido recorrido hasta el presente y una excursión a lo que puede traernos el futuro más inmediato: ¿te imaginas poder descargar tus recuerdos personales y transferirlos a otro cuerpo?¿Y si este cuerpo lo hubieses construido a partir de células de tu piel?¿Está evolucionando nuestro cerebro delante de nuestros ojos? Lo que la investigación en biología sintética, genética y neurociencia nos puede ofrecer a la vuelta de unos pocos años implica también multitud de preguntas con grandes implicaciones éticas, morales, psicológicas y políticas. Y una de ellas es: ¿Serán tus nietos de una especie diferente a la tuya?

Lamentablemente no está en español aún, pero sí está subtitulada en inglés y Enríquez lleva un ritmo fácil en una charla que te recomiendo hagas un esfuerzo por seguir.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

Más allá del principio de Peter: el azar como política de recursos humanos.



En una gran organización la gente viene y va. Siempre hay decisiones que tomar sobre a quien se promociona, las nuevas promesas recién llegadas frente a los cuadros medios experimentados, mientras todo el mundo espera el ascenso. Dados dos candidatos para un puesto, uno muy competente en su trabajo actual y el otro más errático y, en general, con menos éxito, la mayoría de la gente considera una obviedad que debe ascender el primero y no el segundo. Sin embargo, en 1969, Laurence Peter introdujo el famoso principio que lleva su nombre, que afirma que cada nuevo miembro de una organización jerárquica asciende en la jerarquía hasta que alcanza su nivel de máxima incompetencia. Una afirmación que está en contra, aparentemente, del sentido común y que muchos citan como un chiste. Pero es muy probable que no lo sea.

Efectivamente, un resultado obvio de la estrategia promocional basada en el sentido común de ascender al competente es que todo el mundo promocionará hasta que llegue a un trabajo para el que no sea bueno. En ese momento dejará de ascender y la organización tenderá a tener incompetentes en cada puesto [asumimos que el departamento de recursos humanos ya es incompetente, no es consciente de esta situación y es incapaz de intervenir eficazmente]. La eficiencia de la organización disminuye. A esto es a lo que se refería Peter cuando afirmaba que cada nuevo miembro de la organización asciende hasta alcanzar su máximo nivel de incompetencia.

El principio de Peter se basa en que el departamento de recursos humanos tiene poco que decir más allá de administrar las nominas. Dicho de forma más técnica, Peter asume la hipótesis, no necesariamente cierta, de que existe poca o ninguna correlación entre las competencias necesarias para desempeñar un puesto y el nivel en la organización. Aquí chocamos de nuevo con el sentido común que afirma que sí existe esa correlación como usted, querido lector, probablemente haya pensado al leer la frase anterior. Sin embargo, el hecho empírico es que existe un patrón de promoción en las organizaciones que hace que las personas que son buenas haciendo determinadas cosas alcancen puestos en los que ya no se hacen esas cosas: en muchos casos pasan a “administrar” personas que las hacen. Es decir, en muchas organizaciones se actúa de hecho como si no existiese correlación entre competencias y nivel jerárquico. Veamos algunos ejemplos familiares: los buenos profesores dando clase no suelen ser buenos directores de instituto, futbolistas de mucho éxito no siempre se convierten en buenos directores deportivos, magníficos investigadores es probable que no sean buenos decanos, estupendos atletas puede que no sean buenos entrenadores, vendedores superlativos casi nunca son buenos jefes de ventas y extraordinarios estudiantes con notas magníficas puede que no sean buenos médicos.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Catania, encabezados por Alessandro Pluchino, ha ido un paso más allá y ha estudiado las distintas políticas de promoción usando modelos computacionales de distintas organizaciones con distintos niveles a los que promocionar. Increíblemente (o no), han encontrado que la política de ascender siempre a la persona menos competente puede maximizar la competencia general de la empresa, mientras que ascender al más competente puede disminuirla significativamente. Los resultados se publicaron en Physica A. La investigación fue merecedora de un Ig-Nobel en 2010.

Los investigadores compararon los cambios en la organización en su conjunto con tres políticas de promociones distintas (al mejor, al peor, al azar) en los dos supuestos de que hay o no hay correlación entre las capacidades necesarias para realizar tu trabajo actual y aquel al que se te promociona.
Si, tal y como asume Peter, no existe correlación entre trabajos nuevos y antiguos entonces “al mejor” lleva a una pérdida del 10% en la eficiencia de la organización, ello se debe a la gente que es mucho menos competente en sus nuevos trabajos que en los anteriores, mientras que “al peor” lleva a una ganancia del 12%, ya que la gente que era mala en un puesto lo hará igual de mal o mejor. En el caso de que exista correlación, “al mejor” lleva a una ganancia del 9% y “al peor” a una pérdida del 5 %.

La cuestión es que en una organización nada es blanco o negro, y la correlación estará en algún punto intermedio. El reto para el departamento de recursos humanos y para el máximo ejecutivo está en superar los resultados al azar: si no hay correlación la promoción al azar incrementa la efectividad de la organización en un 2% y si la hay en un 1%. No parecen grandes números, pero para superarlos el departamento de RR.HH. debe ser, primero, muy competente y, segundo, que su labor no sea interferida por asuntos políticos ajenos a las valoraciones técnicas. Ambos supuestos, mucho nos tememos, es muy improbable que se den completamente. Paradójicamente, por tanto, puede que la mejor decisión para mejorar la eficiencia de la empresa sea dejar de gestionar los recursos humanos y ahorrarse el coste de un departamento y sus reuniones y papeleos asociados.

Habrá quien argumente que promocionar al azar disminuye la moral y los incentivos para el trabajo duro. Pero esto tiene fácil solución: primero, negarlo taxativamente y, segundo, un uso adecuado de la propaganda interna (el departamento de márketing ya lo tienes pagado, después de todo). Lo importante no es la realidad, sino lo que los trabajadores crean que es la realidad.

Referencia:

Pluchino, A., Rapisarda, A., & Garofalo, C. (2010). The Peter principle revisited: A computational study Physica A: Statistical Mechanics and its Applications, 389 (3), 467-472 DOI: 10.1016/j.physa.2009.09.045

lunes, 24 de octubre de 2011

¡No puedo creer que sea...cultura orangutánida!

Pongo abelii

En las especies del género Homo, particularmente sapiens, las innovaciones culturales se transmiten de generación en generación culturalmente, a través del aprendizaje social. Para muchos investigadores la existencia de la cultura en los Homo es la adaptación clave que los diferencia del resto de animales. Si bien la cultura, como todo lo humano, tiene profundas raíces evolutivas, aún se discute si realmente la cultura es algo verdaderamente único de Homo. Un estudio [1] publicado en Current Biology realizado por un equipo de investigadores encabezado por Michael Krützen, de la Universidad de Zürich, afirma confirmar la transmisión cultural de comportamiento en poblaciones de orangutanes (especies del género Pongo). Veremos que, en sentido antropológico estricto, los autores no lo demuestran.

Hace unos diez años los biólogos que estaban observando grandes simios en estado salvaje empezaron a informar de la variación geográfica en pautas de comportamiento que, se suponía, sólo podrían haber aparecido mediante una transmisión cultural de las innovaciones. Estos artículos generaron un intenso debate entre los científicos que todavía continúa. Hoy día la gran discusión se polariza entre los que creen que las diferencias en comportamiento se deben a la existencia de cultura y los que creen que son una combinación de factores genéticos y ambientales. Veremos al final que esta dicotomía, que es el punto de partida de Krützen et al., es falsa o, al menos, no estricta.

Los investigadores estudiaron la variación geográfica de las pautas de comportamiento de nueve poblaciones de orangutanes, incluyendo las especies Pongo abelii de Sumatra y P.p. morio, P.p. pygmaeus y P.p. wurmbii de Borneo. Para ello los científicos recopilaron una ingente cantidad de datos: analizaron más de 100.000 horas de datos conductuales, crearon perfiles genéticos de más de 150 especímenes de orangutanes salvajes y midieron las diferencias ecológicas entre poblaciones usando imágenes por satélite y técnicas de detección remota avanzadas.

Con esta base de datos los investigadores pudieron valorar la influencia de los factores genéticos y ambientales en los patrones de comportamiento de las poblaciones de orangutanes. Encontraron que las variaciones ambientales eran las que más influencia tenían (como es lógico, pensemos en esquimales y bosquimanos) seguidas de las genéticas. Pero había una serie de comportamientos que no podían explicarse ni por factores genéticos ni ambientales lo que, concluyen los autores, “corrobora la interpretación cultural”.

Pero, ¿realmente esto es así? Lo que prueban Krützen et al. en realidad es que la capacidad para aprender cosas socialmente y transmitirlas de generación en generación no ocurre solo en Homo sino también en Pongo. Ahora, afirmar que esto es cultura en el sentido antropológico del término se trata de una falacia lógica llamada afirmación del consecuente, es decir, de unas premisas ciertas se extrae una conclusión falsa.

Para intentar ilustrar dónde está el error basta fijarse en la diferencia entre la forma en que aprende un niño (simbólico-imitativa) y la que explica (corroborado experimentalmente con estudios comparativos) hasta ahora el aprendizaje en simios no Homo (emulativa) ya que, para poder afirmar que existe cultura en los orangutanes, los investigadores habrían tenido que demostrar que existe una cognición simbólica en éstos, cosa que no hacen.

Los niños no sólo aprenden de otras personas sobre las cosas, también las aprenden “a través de ellas”, en el sentido de que deben conocer algo de la perspectiva del adulto sobre la situación para aprender el uso activo del acto intencional que se le está enseñando. La característica del aprendizaje cultural es que ocurre sólo, en palabras de Michael Tomasello [2], “cuando un individuo comprende a los otros como agentes intencionales, como su propio yo, que tienen una perspectiva sobre el mundo que puede seguirse, dirigirse y compartirse”. Por tanto, se requiere un tipo específico de socialización ligada a la cognición simbólica (en la que intervienen el uso de herramientas y el lenguaje), la verdadera naturaleza de la cultura: “la imposición de una forma arbitraria sobre el entorno” [3].

Esta entrada es una participación de Experientia docet en la VI Edición del Carnaval de Biología que organiza Diario de un copépodo.

Referencias:

[1] Michael Krützen, Erik P. Willems, & Carel P. van Schaik (2011). Culture and Geographic Variation in Orangutan Behavior Current Biology : 10.1016/j.cub.2011.09.017
[2] Tomasello, M. (1999). The Human Adaptation for Culture Annual Review of Anthropology, 28 (1), 509-529 DOI: 10.1146/annurev.anthro.28.1.509
[3] Holloway, Jr., R. (1992). Culture: A Human Domain Current Anthropology, 33 (s1) DOI: 10.1086/204018

jueves, 29 de septiembre de 2011

Los homínidos de Denisova y la colonización de Asia.


Niñas de la etnia mamanwa, descendientes de denisovanos. (Foto Stein Arild)



El descubrimiento por parte de arqueólogos rusos de los restos de un homínido extinto mientras escavaban la cueva Denisova en el sur de Siberia (Federación de Rusia) en 2008 creó sensación en los círculos científicos. La secuenciación del ADN nuclear extraído de un dedo de 30.000 años de antigüedad ponía de manifiesto que el homínido de Denisova no era ni un neanderthalensis ni un sapiens, sino un homínido nuevo. Trazas del ADN denisovano se pueden encontrar hoy día en personas vivas. La comparación del ADN de estos sapiens con el de los homínidos siberianos ayuda a reconstruir la ruta de las poblaciones humanas que se asentaron en Asia hace más de 44.000 años.

El ADN de los denisovanos es tan fácilmente reconocible que puede usarse para rastrear la dispersión de los sapiens. Y esto es lo que ha hecho un grupo de investigadores encabezados por David Reich, de la Universidad de Harvard, que publican sus resultados en el American Journal of Human Genetics. Los homínidos de Denisova legaron material genético no sólo a la población de la actual Nueva Guinea, sino también a los aborígenes australianos y a algunos grupos de Filipinas. La conclusión es que, en contra de la información disponible hasta ahora, los sapiens posiblemente ocuparon Asia en al menos dos oleadas migratorias. Los pobladores anteriores a la colonización europea del Sureste asiático y Oceanía procederían de la primera oleada. Las migraciones posteriores habrían formado poblaciones en Asia oriental, que están relacionadas con las del Sureste de hoy día.

La explicación más sencilla para la presencia de material genético denisovano en unos grupos pero no en todos es que los denisovanos vivían en el Sureste de Asia. Esto quiere decir que los homínidos de Denisova se extendían desde Siberia hasta el Sureste asiático, abarcando todo un abanico de ecosistemas y geografías. Por otra parte el hecho de que el ADN de los denisovanos pueda ser detectado hoy día significa no sólo que la población denisovana tenía que ser numerosa hace 44.000 años en el Sureste asiático sino que también existía un grupo igualmente numeroso de población con un ADN diferente, con el que se mezcló.

En el estudio que nos ocupa los investigadores analizaron los genomas de 33 poblaciones que viven en el Sureste asiático y Oceanía hoy día, específicamente de Borneo, Fiyi, Indonesia, Malasia, Australia, Filipinas, Papúa Nueva Guinea y Polinesia. De los datos analizados algunos ya estaban disponibles y otros se recopilaron para el estudio.

La comparación de los genomas llevó a descubrir que los homínidos de Denisova aportaron material genético no sólo a los actuales habitantes de Nueva Guinea sino también a los aborígenes australianos, a los mamanwa (un grupo negrito filipino) y a otras poblaciones de la parte más oriental del Sureste asiático. Por contra, los grupos más occidentales y noroccidentales, incluyendo otros grupos de negritos, como el pueblo onge que habita las islas Andamán y partes de Malasia, y los asiáticos de la parte más oriental del continente no se mezclaron con los denisovanos.

Los investigadores concluyen de estos datos que los homínidos de Denisova se reprodujeron con sapiens al menos hace 44.000 años, antes de que los aborígenes australianos y los habitantes de Nueva Guinea se separasen. Opuestamente, el Sureste de Asia habría sido colonizado primero por sapiens que no estaban relacionados con las poblaciones actuales china e indonesia. Éstas habrían llegado en el transcurso de movimientos migratorios posteriores. Esta hipótesis, conocida como la “ruta del sur” está respaldada por los hallazgos arqueológicos, pero todavía tiene que confirmarse por estudios genéticos.

Referencia:

Reich, D., Patterson, N., Kircher, M., Delfin, F., Nandineni, M., Pugach, I., Ko, A., Ko, Y., Jinam, T., Phipps, M., Saitou, N., Wollstein, A., Kayser, M., Pääbo, S., & Stoneking, M. (2011). Denisova Admixture and the First Modern Human Dispersals into Southeast Asia and Oceania The American Journal of Human Genetics DOI: 10.1016/j.ajhg.2011.09.005

lunes, 13 de diciembre de 2010

Desentrañando el atractivo masculino.


En lo que se refiere a la elección de pareja, los varones suelen encontrar el gusto de las mujeres voluble si no directamente incomprensible. Pero puede que ellas no tengan toda la culpa. Cada vez hay mayor número de resultados de investigación que sugieren que su preferencia por ciertos tipos de fisonomía masculina podría estar influida por cosas que están más allá de su control consciente, como lo saludable o violenta que sea la sociedad en la que viven, y de forma predecible.

Las características masculinas (una mandíbula grande o una frente prominente) tienden a ser reflejo de otros rasgos físicos y de comportamiento como la fortaleza o la agresividad. También están íntimamente ligados a los fisiológicos, como la virilidad o un sistema inmunitario robusto.

Los efectos secundarios de estas características deseables parecen menos atractivos. La agresividad puede estar muy bien cuando se enfoca hacia amenazas externas, pero se corre el riesgo de que se vuelva contra la pareja o los hijos. La capacidad sexual asegura mucha descendencia, pero a menudo va de la mano con la promiscuidad y una tendencia a eludir las tareas paternas o abandonar el hogar.

Por tanto, cada vez que una mujer tiene que elegir una pareja debe decidir si valora más los robustos genes del cachas o el amor y el cariño del endeblucho. Lisa DeBruine, de la Universidad de Aberdeen (Reino Unido), y su equipo son de los que creen que las mujeres de hoy día aún se enfrentan a este dilema y que sus elecciones se ven afectadas por factores inconscientes.

En un artículo que se publicó este año, y del que nos hicimos eco en Experientia docet, DeBruine y sus colaboradores informaban de que habían encontrado que las mujeres de los países con indicadores de salud bajos preferían más a los hombres con características masculinas que las que vivían en sociedades más saludables. Esto implicaría que, cuando la enfermedad acecha por todas partes, dar a luz a niños saludables estaría por encima de consideraciones sobre si el varón se quedará el tiempo suficiente como para ayudar a cuidar de ellos. En entornos más saludables, por lo tanto, los endebluchos tendrían su oportunidad.

Ahora, un grupo de investigadores encabezados por Robert Brooks, de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia), usando los mismos datos del grupo de DeBruine ha llegado a una conclusión diferente. Sus resultados [1] aparecen en los Proceedings of the Royal Society. Brooks y su equipo sugieren que no son los factores relacionados con la salud, sino más bien la competencia y la violencia entre los varones los elementos que explicarían mejor las preferencias femeninas por la masculinidad. Según Brooks et al., cuanto más peligroso sea el entorno más mujeres preferirán hombres masculinos, ya que serían mejores que los tipos más blandengues a la hora de conseguir recursos para las madres y su descendencia.

Dado que la competencia violenta por los recursos es más pronunciada en las sociedades no igualitarias, el grupo de Brooks predijo que las mujeres valorarían la masculinidad más en países con un coeficiente de Gini más alto (el coeficiente de Gini es una medida de la desigualdad en los ingresos). Y, efectivamente, encontró que el Gini era mejor que las estadísticas de salud de un país a la hora de predecir el atractivo de las caras masculinas.

Sin embargo, podría argumentarse que los países más desiguales también tienden a ser menos salubres. Por eso, y con objeto de averiguar qué es causa y qué efecto, el equipo de Brooks comparó el índice de salud de DeBruine con una medida de la violencia en un país: su tasa de asesinatos. De nuevo, encontró que este indicador predecía la preferencia por la masculinidad facial con mayor precisión que los índices de salud (aunque peor que el Gini).

Pero la cosa no queda ahí. En una réplica [2] publicada por DeBruine y sus colegas en el mismo número de los Proceedings se apunta a que hay un error en la lógica de Brooks et al.: el fallo estaría en que no han tenido en cuenta la riqueza global de cada sociedad. Cuando el grupo de DeBruine realizó de nuevo los análisis estadísticos, esta vez controlando el factor producto nacional bruto, resultó que el poder predictivo de la tasa de asesinatos desaparecía, mientras que persistía el de los indicadores de salud. En otras palabras, la prevalencia de los asesinatos parece predecir las preferencias por la pareja sólo en tanto en cuanto refleja la pobreza relativa de un país.

Esta disputa estadística pone de relieve lo difícil que es sacar conclusiones firmes solamente a partir de correlaciones. Solamente puede llegarse a alguna parte si los factores que pueden dar forma a las preferencias de pareja se comprueban experimentalmente.

Otro estudio [3] reciente, en el que ha participado DeBruine y también publicado en los Proceedings, ha intentado hacer exactamente esto. Los resultados apoyan la hipótesis de la salud. En esta ocasión losa investigadores pidieron a 124 mujeres y 117 hombres que evaluasen 15 parejas de rostros masculinos y 15 parejas de rostros femeninos en función de su atractivo. Cada par de imágenes presentaba el mismo conjunto de características modificado para hacer parecer una ligeramente más masculina que la otra (si era la cara de un varón) o más femenina (si era de una mujer). Algunas se hicieron también imperceptiblemente desequilibradas, ya que la simetría indica la calidad de una pareja debido a que en los ambientes duros los genes robustos son también necesarios para garantizar un desarrollo equilibrado del cuerpo.

A continuación a los participantes se les mostró otro conjunto de imágenes, mostrando objetos que provocan distintos niveles de repugnancia, como una tela blanca manchada con lo que parecía un fluido corporal semisólido u otra, menos asquerosa, manchada con un tinte azul. Está ampliamente asumido que la repugnancia es otra adaptación, una que advierte a los humanos que deben mantenerse alejados de lugares donde los gérmenes y otros patógenos pueden estar merodeando. Según la hipótesis de DeBruine las personas a las que se les enseñara las imágenes más repugnantes deberían responder con un aumento de la preferencia por los chicos masculinos y las chicas femeninas así como por los rostros más simétricos.

Esto es precisamente lo que ocurrió cuando se les pidió que evaluasen el mismo conjunto de caras otra vez. Pero solamente funcionó con el sexo opuesto; las imágenes asquerosas no consiguieron alterar lo que varones o mujeres encontraban atractivo en su propio sexo. Esto significa que es la selección sexual, y no otros mecanismos, lo que esté operando.

Estos resultados, como decíamos más arriba, apoyan la hipótesis de la salud, pero no son concluyentes. Sería necesario realizar más experimentos para comprobar si otros factores, como ser testigo de actos violentos, tienen un efecto en las preferencias fisonómicas humanas. La única conclusión, de momento, es que los varones blandengues que viven en zonas higiénicas pueden consolarse con la idea de que no parecerse a Brad Pitt no importa tanto.

Referencias:

[1]

Brooks, R., Scott, I., Maklakov, A., Kasumovic, M., Clark, A., & Penton-Voak, I. (2010). National income inequality predicts women's preferences for masculinized faces better than health does Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2010.0964

[2]

DeBruine, L., Jones, B., Little, A., Crawford, J., & Welling, L. (2010). Further evidence for regional variation in women's masculinity preferences Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2010.2200

[3]

Little AC, Debruine LM, & Jones BC (2010). Exposure to visual cues of pathogen contagion changes preferences for masculinity and symmetry in opposite-sex faces. Proceedings. Biological sciences / The Royal Society PMID: 21123269

martes, 9 de noviembre de 2010

El idioma en que hablamos puede influir en nuestras actitudes y preferencias.


El idioma que hablamos podría influir no sólo en nuestros pensamientos, sino también en nuestras preferencias. Ese es el resultado de un estudio realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de Harvard, dirigidos por Mahzarin R. Banaji, y que se publica en el Journal of Experimental Social Psychology. Según esta investigación las opiniones de los individuos bilingües sobre diferentes grupos étnicos dependen de en qué idioma se realiza el test.

Fue el lingüista (e ingeniero químico) Benjamin Lee Whorf el primero que propuso en los años 30 del siglo XX que el idioma es tan poderoso que puede determinar el pensamiento, lo que se conoce como hipótesis de Sapir-Whorf. La psicología ha abordado esta hipótesis con escepticismo, adoptando la aproximación de que el idioma puede afectar a nuestros procesos de pensamiento, pero que no influye en el pensamiento en sí mismo. Este nuevo estudio sugiere que la lengua crea y da forma tanto a nuestros pensamientos y como a nuestros sentimientos.

Se ha demostrado que las actitudes implícitas, las asociaciones positivas o negativas que ni siquiera somos conscientes que hacemos, predicen el comportamiento hacia los miembros de los grupos sociales. La investigación reciente ha demostrado que estas actitudes son bastante maleables., sensibles a factores como el clima, la cultura popular o, desde ahora, la lengua que habla una persona.

La pregunta que se planteaban los investigadores era: ¿Podemos cambiar algo tan fundamental como lo que nos gusta y lo que no, simplemente cambiando la lengua en la que se nos preguntan nuestras preferencias?

Los investigadores usaron el bien establecido Test de Asociación Implícita (TAI), en el que los participantes categorizan rápidamente las palabras que aparecen en una pantalla de ordenador o escuchan a través de unos auriculares. El test da a los participantes tan sólo una fracción de segundo para categorizar las palabras, lo que no es suficiente para pensar las respuestas. El TAI es capaz de burlar la cognición consciente y llegar a algo de lo que no somos conscientes y que no podemos controlar con facilidad.

El TAI fue administrado en dos lugares diferentes: una vez en Marruecos, con sujetos bilingües en árabe y francés, y en los Estados Unidos, con voluntarios hispanos que hablaban inglés y español.

En el test marroquí, por ejemplo, los participantes veían nombres “marroquíes” (Hassan, Fatima) o “franceses” (Jean, Marie) aparecer en un monitor, junto con palabras que son “buenas” (feliz, agradable) o “malas” (odio, mezquino). Los participantes debían presionar una tecla si veían un nombre marroquí o una palabra buena y presionar otra si veían un nombre francés o una palabra mala. Entonces se cambiaron las funciones de las teclas de tal forma que “marroquí” y “malo” compartían una y “francés” y “buena” compartían la otra.

En Marruecos los participantes que realizaron el TAI en árabe mostraron una mayor preferencia por otros marroquíes. Cuando lo repitieron en francés, esa diferencia desapareció. De forma similar, los participantes estadounidenses que tomaron el test en español mostraron mayor preferencia por otros hispanos. Pero cuando lo repitieron en inglés, la preferencia desaparecía. Esto es, una misma persona podría realizar el mismo test, con muy poco tiempo de diferencia, y conseguir resultados muy distintos.

Se atribuye a Carlomagno la cita “hablar otra lengua es poseer otra alma”. Estos resultados ponen de manifiesto que nuestras actitudes no son estables. Quedan aún grandes cuestiones abiertas acerca de lo flexibles que puedan llegar a ser, y la lengua podría ser el vehículo mediante el que podemos llegar a a averiguarlo.

Referencia:


Ogunnaike, O., Dunham, Y., & Banaji, M. (2010). The language of implicit preferences Journal of Experimental Social Psychology, 46 (6), 999-1003 DOI: 10.1016/j.jesp.2010.07.006

domingo, 31 de octubre de 2010

El papel de la comunicación no verbal en los grupos de recolectores.


Se suele dar por asumido que la humanidad debe mucho de su éxito evolutivo a su extraordinaria capacidad de comunicación. Tanto es así que pocos se han molestado en comprobar esta afirmación, que no deja de ser una hipótesis, de forma sistemática. Ahora, un grupo de investigadores encabezados por Andrew King, de la Universidad de Londres, ha contribuido a rellenar este hueco. Sus primeros resultados se publican en Biology Letters.

La práctica de los cazadores recolectores de hacer batidas por los alrededores en busca de plantas comestibles es la responsable de la mitad del nombre que los antropólogos les han dado. Y por una buena razón. La caza era probablemente una actividad esporádica, por lo que una recolección efectiva habría sido crucial para alimentarse hasta la siguiente cacería. King y su equipo han realizado un estudio para comprobar cómo, si es el caso, la comunicación mejora la capacidad recolectora.

Consiguieron que 121 visitantes del Zoo de Londres se prestasen voluntarios y los dividieron en 43 grupos. Cada grupo constaba de entre 2 y siete personas. Algunos estaban integrados por familias y amigos y otros por completos extraños; unos eran monosexuales y otros plurisexuales. A la mitad se les permitió comunicarse con libertad. El resto no podía intercambiar ni señales sonoras ni gestos de cualquier tipo.

Cada grupo era llevado entonces a una habitación en la que había “áreas de recolección”: cajas con 300 tarjetas, unas verdes y otras blancas, dispuestas a una determinada distancia de una base central, “el poblado”. Las tarjetas verdes se consideraban el objeto de recolección y cada caja contenía entre un 5% y un 95% de ellas. Los recolectores no podían ver el interior de las cajas y se les permitía coger sólo una tarjeta cada vez, a través de un agujero, usando su mano dominante. No había restricciones sobre las áreas a visitar, pero cada vez que se sacaba una tarjeta había que llevarla a la base central independientemente del color. El objetivo era recoger tantas tarjetas buenas como se pudiese en un breve periodo de tiempo, no especificado (todas las pruebas duraron 10 minutos). Como incentivo los miembros del grupo ganador recibirían un premio valorado en unos 35 €.

Antes de que los recolectores pudiesen empezar su tarea, se les colocaba una pulsera de radio frecuencia en la muñeca de su mano dominante. Todas las tarjetas verdes tenían también adherida una etiqueta de radiofrecuencia. Estos dispositivos, junto a las antenas colocadas encima de cada caja, permitieron al equipo de investigadores trazar los movimientos precisos de los miembros de cada grupo. A su vez, estos datos hicieron posible determinar cuánto tiempo empleaba un grupo en llegar a un “consenso”, definido como la concentración del 90% de la actividad del grupo alrededor de un sola área.

No es ninguna sorpresa el que los grupos que tenían permitido comunicarse fueran los recolectores más eficaces. La probabilidad de que convergiesen en el área más rica era mucho mayor que la de los grupos en los que la comunicación no estaba permitida. Lo que sí resultó una sorpresa fue la naturaleza de la comunicación que importaba. Los investigadores monitorizaban los niveles de ruido y los gestos de las manos. Los niveles de ruido eran una aproximación a la comunicación verbal; los gestos, para la no verbal. Los investigadores descubrieron que lo único que explicaba la probabilidad de que un grupo se concentrase rápidamente en la mejor área era el uso de gestos, que alcanzaba su máximo justo antes de alcanzarse el consenso. Los niveles de ruido se mantenían más o menos constantes todo el tiempo, sugiriendo que los mensajes verbales no eran tan importantes.

El volumen constante podría enmascarar la importancia variable de lo que se dice. En la segunda parte de la investigación el equipo repetirá el experimento, controlando el significado tanto de lo que se dice como de los gestos. No sólo eso, los gestos de las manos son una señal relativamente local. Sigue sin estar claro si son tan importantes en grupos mayores a media docena de personas, típicos de los recolectores en las sociedades de cazadores-recolectores. La comunicación hablada permite que la información llegue rápidamente a miembros del grupo que están lejos. Esto podría limitar progresivamente la importancia de los mensajes no verbales conforme los grupos se hacen mayores. Pero si los gestos incorporan alguna información vital extra, los miembros de los grupos mayores podrían limitar su comunicación a los correcolectores cercanos, lo que llevaría a la emergencia de subgrupos.

A cualquiera que haya estudiado técnicas de comunicación empresarial, todo esto le suena conocido. Después de todo, no hemos cambiado tanto.

Referencia:

King, A., Narraway, C., Hodgson, L., Weatherill, A., Sommer, V., & Sumner, S. (2010). Performance of human groups in social foraging: the role of communication in consensus decision making Biology Letters DOI: 10.1098/rsbl.2010.0808

lunes, 26 de julio de 2010

¿Por qué abuelas?: El origen evolutivo de la menopausia.


En el sentido evolutivo más estricto, la reproducción es la única medida del éxito. La menopausia, por tanto, plantea un enigma: en un puñado de especies, incluida la humana, las hembras dejan de ser fértiles décadas antes de morir. Esto supone un enigma porque limita el número de descendientes que pueden producir. Sin embargo, un estudio reciente sugiere que la explicación está en el extraordinario valor que tiene tener una abuela.

El éxito evolutivo no es sólo una carrera loca para reproducirse; también requiere que sobreviva el mayor número posible de descendientes. Así, según la “hipótesis de la abuela, un período de infertilidad puede dejar a una mujer libre para cuidar un mayor número de nietos. A pesar de la popularidad de esta hipótesis, no ha sido posible probarla de forma concluyente, a lo que ha contribuido no poco el hecho de que la menopausia haya evolucionado sólo en los grandes simios y en dos cetáceos, el calderón y la orca.

Para intentar arrojar algo de luz en este asunto Rufus Johnstone de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y Michael Cant de la Universidad de Exeter (Reino Unido) han elaborado modelos por ordenador para estimar el beneficio de ayudar a los compañeros de grupo. Según sus resultados, que se han publicado en los Proceedings of the Royal Society B, es la estructura social misma de los grandes simios y los cetáceos menopáusicos la que convierte a las abuelas en una opción evolutiva válida.


En muchas especies, por ejemplo, los machos abandonan el grupo cuando alcanzan la madurez, mientras que las hembras se quedan. Como resultado, con cada nueva generación, los machos inmigrantes aportan nuevos genes y, en promedio, las hembras más viejas están menos relacionadas genéticamente con el grupo. Esto reduce el atractivo de ayudar a criar las crías de otra hembra. Por contra, cuando son las hembras que acaban de madurar sexualmente las que abandonan el grupo para unirse a un clan de machos (como podrían haber hecho los ancestros humanos), cada vez se encuentran más relacionadas con el resto de miembros del grupo ya que su descendencia constituye una proporción creciente de la comunidad. Cuando ambos sexos buscan pareja fuera del grupo pero vuelven a él para criar (como hacen los cetáceos), las hembras que se van haciendo mayores encuentran un mayor beneficio evolutivo en prestar ayuda. Según estos resultados, a pesar de sus diferencias, las sociedades de los grandes simios, calderones y orcas favorecen la transición hacia abuelas estériles.

De hecho, en los cetáceos y en los humanos han evolucionado estilos similares de ser abuelas alimenticias. Para los humanos, las mujeres mayores aportan una mayor capacidad de recolección (hablando en términos de la evolución de la especie) y experiencia a la hora de criar a unas crías que emplean mucho tiempo en poder valerse por sí mismas. Aunque está menos estudiado, las matriarcas cetáceas guiarían a sus jóvenes parientes a ricas zonas de caza a lo largo de las rutas migratorias.

Referencia:

Johnstone, R., & Cant, M. (2010). The evolution of menopause in cetaceans and humans: the role of demography Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2010.0988

Imagen de calderones gentileza de F. Bassemayousse (WWF-Columbus).

lunes, 5 de julio de 2010

Una explicación a las diferencias en inteligencia entre países (y al efecto Flynn).



La inteligencia humana siempre es un fenómeno desconcertante. Por ejemplo, es más alta, en promedio, en algunos países y parece que ha estado aumentando en las últimas décadas, sobre todo en la parte baja de la distribución estadística. Las explicaciones a estos dos fenómenos siempre levantan polémica. Desde los que consideran que no es políticamente correcto mencionar siquiera el hecho objetivo de que existen diferencias en el cociente intelectual de los distintos países, hasta los que usan explicaciones puramente racistas sin fundamento. Una nueva hipótesis lanzada en las páginas de los Proceedings of the Royal Society por un equipo de la Universidad de Nuevo México (EE.UU.), encabezado por Christopher Eppig, podría explicar ambos fenómenos recurriendo sólo a un factor biológico no genético: la prevalencia de las enfermedades infecciosas.

El cerebro de un niño recién nacido necesita el 87% de la energía metabólica del niño. Cuando ese niño ya tiene cinco años la cifra baja al 44%, y en los adultos, en los que el cerebro es poco más o menos un 2% del peso, consume un 25%. Cualquier factor que compita por la energía es pues un factor limitante en el desarrollo del cerebro, y los parásitos y los patógenos compiten de distintas formas. Algunos se alimentan de los tejidos del huésped directamente o secuestran su maquinaria molecular para reproducirse. Otros, sobre todo aquellos que viven en el intestino, evitan que su huésped absorba el alimento. Y todos hacen que el sistema inmunitario entre en acción, lo que desvía recursos que podrían emplearse en otras cosas.

Eppig y sus colegas han encontrado una relación inversa impresionante entre la extensión de las enfermedades en un país y la inteligencia promedio de su población.

La prevalencia (proporción de personas que sufren una enfermedad con respecto al total de la población) de las enfermedades fue calculada a partir de los datos de la Organización Mundial de la Salud sobre años de vida ajustados por discapacidad (DALY, por sus siglas en inglés) perdidos a acusa de 28 enfermedades infecciosas. Estos datos se tienen de 192 países. Los datos de cociente intelectual los tomaron del estudio que hace una década realizaron Lynn y Vanhanen en 113 países, y del trabajo posterior de Jelte Wichters sobre dichos datos. La lista de los 184 países considerados finalmente en el estudio se puede encontrar aquí.

La correlación es de aproximadamente el 67%, y la probabilidad de que sea fruto del azar es menor del 0,01%. Pero correlación no es causalidad, por lo que Eppig y sus colegas investigaron otras posibles explicaciones. Trabajos anteriores han ofrecido todo tipo de causas para las diferencias en coeficiente intelectual entre países: ingresos, educación, bajos niveles de trabajo agrícola (que se ve reemplazado por otros trabajos más estimulantes mentalmente), clima (sobrevivir en países fríos agudiza el ingenio) e, incluso, distancia a la cuna de la humanidad, África (los nuevos entornos retarían la inteligencia). Sin embargo, todas estas posibles causas, excepto quizás la última, están también, probablemente, ligadas a la enfermedad. Los investigadores demuestran por análisis estadístico que todas o bien desaparecen o se reducen a una pequeña influencia cuando se consideran los efectos de las enfermedades.

Hay, además, pruebas directas de que las infecciones y los parásitos afectan a la cognición. Se ha demostrado en muchas ocasiones que los gusanos intestinales tienen ese efecto. La malaria también es perjudicial para el cerebro. Pero, según los autores, las peores enfermedades desde el punto de vista cognitivo son las que causan diarrea. La diarrea afecta mucho a los niños. Es la responsable de un sexto de las muertes infantiles, y a los que no mata les impide la absorción de nutrientes en un momento en el que el cerebro está creciendo y desarrollándose rápidamente.

Una de las predicciones del estudio es que, conforme los países venzan las enfermedades, la inteligencia media de sus ciudadanos aumentará. Este aumento de la inteligencia a lo largo de las décadas ya ha sido registrado en los países ricos. Es lo que se llama el efecto Flynn (en honor de su descubridor, James Flynn). Su causa ha sido un misterio pero, si Eppig y sus colegas están en lo cierto, la casi erradicación de las infecciones en estos países, por las vacunaciones, el agua limpia y el alcantarillado, podría explicar mucho, si no todo, el efecto Flynn.

Cuando Lynn y Vanhanen publicaron sus datos de CI, los usaron para lanzar la hipótesis de que las diferencias nacionales en inteligencia eran la principal causa de los diferentes niveles de desarrollo económico. Este estudio le da la vuelta al razonamiento. Es la falta de desarrollo, y los muchos problemas sanitarios que ello acarrea, lo que explicaría los diferentes niveles de inteligencia. Sin ninguna duda, en un círculo vicioso, esas diferencias ayudan a que los países pobres sigan siendo pobres.

Pero esta nueva teoría les da a los gobernantes una nueva razón para convertir la erradicación de las enfermedades en uno de los principales medios en los que invertir en su camino hacia el desarrollo.

Referencia:

Eppig, C., Fincher, C., & Thornhill, R. (2010). Parasite prevalence and the worldwide distribution of cognitive ability Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences DOI: 10.1098/rspb.2010.0973

La imagen es cortesía de Alissa Everett.

Edición: AOM detectó correctamente que lo correcto es cociente intelectual y no coeficiente. Para una explicación de por qué puede consultarse Malaciencia. Más aclaraciones en los comentarios.