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martes, 29 de mayo de 2012

Midiendo isótopos: La medicina diagnóstica de los futuros viajes espaciales.




Un astronauta (o cosmonauta) que permanezca en el espacio durante un tiempo prolongado se expone a perder entre el 1 y el 2 por ciento de su masa ósea por mes. De hecho, el debilitamiento extremo de los huesos es uno de los riesgos médicos más evidentes en los viajes espaciales de larga duración.

Pero no hay que irse al espacio para encontrar este problema. Aproximadamente la mitad de las personas de más de 50 años de los países desarrollados sufren riesgo de osteoporosis, que es como se conoce la pérdida de masa ósea. Además distintas enfermedades, en concreto algunos tipos de cáncer, presentan también este síntoma.

A la hora de diagnosticar la osteoporosis el método habitual es una simple radiografía. Cuanto más sano esté el hueso más calcio tiene, se dice entonces que es más denso, y es más opaco a los rayos X. El problema de este método es que siempre es a posteriori, es decir, no puede detectar la pérdida de masa ósea cuando comienza a producirse, sino sólo cuando presenta síntomas asociados, roturas y/o dolor básicamente, o bien el médico sospecha que puede estar produciéndose por estar el paciente en un grupo de riesgo. En el caso de los astronautas con estancias prolongadas en el espacio hay que cruzar los dedos además, porque de momento no hay aparatos de rayos X en la estación espacial.

Por todo lo anterior sería muy conveniente disponer de un método analítico sencillo, como un análisis de orina. Puede parecer chocante determinar la densidad de los huesos con un análisis de orina, pero no lo es tanto si dejas de considerar el calcio como un sólo elemento químico.

Efectivamente, cuando hablamos del calcio, ya sea en su ingesta o en su metabolismo, hablamos de él como un sólo elemento químico. Y oficialmente lo es. Pero a efectos prácticos, como tuvimos ocasión de explicar en Zientziateka Bilbao, los distintos isótopos de los elementos tienen comportamientos fisicoquímicos lo suficientemente diferentes como para permitir tratarlos como elementos diferentes. Este enfoque, aplicado a la osteoporosis, permitiría detectarla precozmente con un análisis de orina. Y la ciencia básica se conoce desde hace 70 años.

Los distintos isótopos de un elemento se diferencian por su masa. Paul Dirac, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, desarrolló un método centrífugo basado en este hecho para separar los isótopos del uranio. Sin embargo este método no fue el elegido finalmente para obtener el material de la primera bomba atómica, sino el de difusión: los distintos isótopos tienen distintas velocidades al atravesar membranas, los más ligeros van más rápido que los pesados. Algo similar pasa en los huesos.

Los huesos no son algo estático, algo que se forma y después se va desgastando. Al contrario, son algo vivo que está continuamente formándose y destruyéndose. En una persona sana y activa en condiciones gravitatorias normales estos procesos están en equilibrio. Pero si una enfermedad o la disminución de la actividad física o de la gravedad perturban este equilibrio se puede encontrar una variación en el equilibrio entre los isótopos de calcio. Y es que durante su formación los huesos favorecen la absorción del isótopo de calcio estable más ligero (calcio-42), frente al más pesado (calcio-44). Si se combinan todos los factores en un modelo matemático se puede relacionar la mineralización de los huesos con los ratios de isótopos en orina y sangre.

El primer paso para traducir esta idea en algo práctico se dio el año pasado. Un equipo encabezado por Jennifer Morgan, trabajando por aquel entonces en la Universidad del Estado de Arizona (hoy Morgan trabaja para en el Centro Espacial Johnson de la NASA) desarrolló la metodología analítica que permitía determinar el ratio de isótopos de calcio en la orina con una precisión muy alta. Emplearon para ello espectrometría de masas. El estudio [1] fue publicado en Analytical Chemistry

El siguiente paso era comprobar que, efectivamente, el método permite controlar la desmineralización de los huesos. Los resultados de un nuevo estudio, también liderado por Morgan, financiado por la NASA y que aparecerá publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences [2], indican que esto es así. Un avance de estos resultados se hicieron públicos en la última Conferencia Goldschmidt, celebrada en Praga en agosto de 2011.

En este estudio se analizaron los ratios de isótopos en la orina de 12 voluntarios sanos sujetos a un régimen de reposo absoluto en cama durante 30 días en las instalaciones del Centro de Investigación Clínica de la Universidad de Texas en Galveston. Cada vez que una persona se acuesta los huesos que soportan el peso del cuerpo (columna y piernas fundamentalmente) dejan de soportarlo. Cuando esto ocurre el equilibrio entre formación y destrucción del hueso se altera, desplazándose a la destrucción: deja de ser necesario consumir recursos valiosos en algo que no se usa. Los periodos prolongados en cama producen una pérdida de masa ósea similar a la de los pacientes con osteoporosis, o a la de los astronautas.

Los análisis de la orina de los voluntarios pusieron de manifiesto que la nueva técnica puede detectar la desmineralización ósea tan sólo una semana después de iniciar el reposo en cama, mucho antes de los cambios puedan ser detectados con rayos X.

Ni que decir tiene que este es un primer resultado y que está realizado con pacientes sanos. Habrá que repetirlo con personas que sufran distintas enfermedades, particularmente cáncer, para comprobar que el método sigue siendo lo suficientemente sensible. A partir de ahí surgirán las aplicaciones clínicas.

Pero démonos cuenta de que esto es sólo una posibilidad de las posibles a la hora de considerar los isótopos como elementos en las pruebas diagnósticas, algo que ya se emplea de forma rutinaria en geoquímica. Muchas enfermedades pueden causar cambios sutiles en las proporciones de distintos isótopos. Nada de equipos gigantescos e inmensamente caros, nada de radiación para el paciente. Imagina lo que podría representar un método tan simple en el diagnóstico temprano y seguimiento de los cánceres. O en la comprobación del estado de salud de los astronautas en viajes o estancias de larga duración. Este es todo un campo por explorar.


Esta entrada es una participación de Experientia docet en la XV Edición del Carnaval de Química que organiza El cuaderno de Calpurnia Tate.


Referencias:

[1] Morgan JL, Gordon GW, Arrua RC, Skulan JL, Anbar AD, & Bullen TD (2011). High-precision measurement of variations in calcium isotope ratios in urine by multiple collector inductively coupled plasma mass spectrometry. Analytical chemistry, 83 (18), 6956-62 PMID: 21740001

[2] J.L.L. MORGAN, G.W. GORDON, S.J. ROMANIELLO, J.L. SKULAN, S.M. SMITH, & A.D. ANBAR (2012). Rapidly assessing changes in bone mineral balance using natural stable calcium isotopes Proceedings of the National Academy of Sciences

lunes, 23 de abril de 2012

Epigenética y cáncer

Chomatin Research de Michael Garfield

En última instancia todos los tipos de cáncer tienen un origen genético. En algunos casos se trata de una predisposición genética que se pasa de padres a hijos. En otros es el resultado de la exposición a un agente externo como el humo del tabaco (no hace falta ser fumador, respirarlo pasivamente tiene el mismo efecto) o la radiactividad. Y, a veces, es una lotería: un trozo de ADN que se copia mal durante la mitosis celular.

El que todos los cánceres tienen una base genética se sabe desde los años ochenta, sin embargo traducir este conocimiento en medicina es extremadamente difícil. De momento nadie sabe cómo reparar el ADN directamente. Lo que se trata más bien es de descubrir cuáles son las consecuencias bioquímicas del daño genético y buscar una forma de lidiar con éstas. Y a esto se dedican los investigadores para cada tipo de cáncer específico, salvo que aparezca otro gran descubrimiento que indique que existe alguna pauta común más allá de que todos comparten unos genes rotos. Y parece (subrayamos parece) que esa pauta está emergiendo.

Esa pauta sería que muchos de los genes cuya rotura desemboca en cáncer están implicados en un tipo de regulación genética llamada epigenética. La epigenética consiste en la regulación de la expresión de los genes, una especie de interruptor de encendido-apagado, mediante la adición de grupos metilo o acetilo bien al ADN propiamente dicho, bien a las proteínas que dan soporte al ADN en los cromosomas. La naturaleza de estas reacciones implica que en los procesos epigenéticos se puede intervenir químicamente de una forma que no es posible en las mutaciones genéticas. En otras palabras, se pueden tratar con fármacos. 

El pasado 1 de abril tuvo lugar un interesante simposio de la Asociación Estadounidense para la Investigación del Cáncer (AACR, por sus siglas en inglés) en el que se trató precisamente de la cromatina y el epigenoma como dianas terapéuticas.

Dashyant Dhanak, de GlaxoSmithKline, presentó el trabajo de su grupo de investigación sobre el desarrollo de una sustancia que inhiba la actividad de un enzima llamado EZH2. Este enzima se une a los grupos metilo de las proteínas llamadas histonas que son parte del envoltorio cromosómico. Muchos linfomas (cánceres del sistema inmune) tienen como causa mutaciones que hacen que EZH2 se vuelva hiperactiva. Esta hiperactividad metila las histonas más de lo que debieran y, por tanto, silencia los genes a los que envuelven, incluidos los llamados genes supresores de tumores cuya misión es parar el crecimiento celular incontrolado que causa el cáncer.

Cuando el grupo de Dhanak trató células de linfoma con un inhibidor llamado GSK2816126 encontró que la sobremetilación de las histonas disminuía drásticamente. Y cuando trataron tanto cultivos de células como animales de laboratorio con GSK2816126 hallaron que reducía la proliferación de células tumorales a la vez que, y esto es crítico, no tenía efecto aparente en las células normales vecinas.

James Bradner, del Instituto del Cáncer Dana-Farber (EE.UU.), describió una segunda aproximación epigenética al tratamiento del cáncer. Su grupo ha podido demostrar que una sustancia conocida como JQ1, que inhibe un regulador epigenético llamado BRD4, bloquea la actividad de un gen conocido como Myc. Myc codifica una proteína que es un factor de transcripción, esto es, otro componente del sistema de regulación del ADN. Este factor de transcripción en concreto participa en la expresión de alrededor del 15% de los genes humanos. No es de extrañar entonces que cuando no funcione bien se convierta en una de las causas más comunes de cáncer.

Ha habido muchos intentos de bloquear directamente la actividad de Myc, ninguno con éxito. El equipo de Bradner ha empleado una estrategia indirecta: bloquear un colaborador necesario, el BRD4. La comprobación se realizó con ratones que sufrían mieloma causado por la disfunción del Myc y que fueron tratados por JQ1. Y funcionó: JQ1 silenciaba los genes activados por Myc y ralentizaba la proliferación de las células del mieloma.

Si bien ni GSK2816126 ni JQ1 están listos para ser probados en humanos, ya existen otros fármacos epigenéticos en el mercado. Loa agentes demetilantes del ADN, en forma de azacitidina  y decitabina, se usan para tratar los síndromes mielodisplásicos, los precursores de la leucemia mieloide. También se comercializan inhibidores de la histona deacetilasa para tratar una enfermedad poco frecuente llamada linfoma de células T cutáneo.

Recientemente un grupo de investigadores encabezado por Rosalyn Juergens, de la Universidad Johns Hopkins (EE.UU.), ha demostrado que una combinación de entinostat, un inhibidor de la histona deacetilasa, y azacitidina ralentizaba el crecimiento del tumores en algunas personas con cáncer de pulmón avanzado. Este resultado es importante por dos razones. En primer lugar, es la primera vez que se emplean fármacos epigenéticos contra un tumor sólido (masa anormal de tejido sin quistes ni zonas líquidas), en vez de contra leucemias o linfomas; los tumores sólidos son más difíciles de tratar porque el principio activo tiene que penetrarlos.

Y en segundo, algunos de los participantes en el estudio de Juergens et al. que no respondieron significativamente a la prueba en sí después presentaron una reacción muy buena e inesperada a la quimioterapia estandarizada a la que fueron sometidos posteriormente. También es cierto que las muestras son muy pequeñas, y que este estudio es más indiciario que concluyente, como para poder lanzar las campanas al vuelo. Sin embargo, los autores especulan con la idea de que los fármacos epigenéticos alteraron las células tumorales de alguna forma que duró los suficiente como para que fuesen más sensibles a la quimioterapia estándar.

Y esto es bastante posible. A diferencia de otras formas de regulación genética (como la que controlan los factores de transcripción, por ejemplo) los cambios epigenéticos pasan a las células hijas y nietas durante la división celular hasta que se borran activamente. Una vez borrados no vuelven a aparecer. Podría ocurrir entonces que las terapias epigenéticas pudieran realizar cambios que pararían el crecimiento del cáncer sin tener que matar sus células.

Este podría ser el caso de GSK2816126. Si fuese así, estaríamos realmente ante una revolución conceptual, y la epigenética se pondría a la par que la genética en el análisis y el tratamiento del cáncer.

Referencia:

Juergens, R., Wrangle, J., Vendetti, F., Murphy, S., Zhao, M., Coleman, B., Sebree, R., Rodgers, K., Hooker, C., Franco, N., Lee, B., Tsai, S., Delgado, I., Rudek, M., Belinsky, S., Herman, J., Baylin, S., Brock, M., & Rudin, C. (2011). Combination Epigenetic Therapy Has Efficacy in Patients with Refractory Advanced Non-Small Cell Lung Cancer Cancer Discovery, 1 (7), 598-607 DOI: 10.1158/2159-8290.CD-11-0214