martes, 25 de enero de 2011

¿Una cuantificación de la belleza musical?


No hace mucho participé en un debate sobre enfermedad mental y creatividad artística. Una de las impresiones que saqué es que algunas personas consideran que la belleza es algo objetivo e independiente del cerebro humano, una idea a la que no es difícil encontrar sus orígenes en Platón, y que la creatividad es una especie de don divino, una capacidad superior para encontrar esas “realidades artísticas”. Sin embargo, cada vez hay más evidencias de que “lo bello” no sería más que una adecuación de las características del objeto al cerebro en general y al estado del cerebro de un individuo en particular.

Una investigación realizada por Nicholas Hudson, de la Organización de Investigación y Ciencia Australiana (CSIRO, por sus siglas en inglés), cuyos resultados se publican en BMC Research Notes viene a profundizar en esta idea. Hudson ha comprobado algo muy simple: cuanto más compresible es una pieza musical más bella se considera. Esta hipótesis supone, por así decirlo, una cuantificación de la belleza musical. Partiendo de la base de que el cerebro tiende a simplificar la complejidad de los datos que recibe, el autor establece un paralelismo con el funcionamiento de los formatos de compresión  musical “sin pérdida” a la hora de reducir los archivos de audio quitando los datos redundantes e identificando pautas.

Hace mucho tiempo que existe la teoría de que la mente subconsciente puede reconocer pautas existentes en conjuntos complejos de datos y que nuestro cerebro habría evolucionado para encontrar las pautas sencillas como placenteras. Como decíamos antes, Hudson ha usado los programas de compresión musical “sin pérdidas” para imitar la capacidad del cerebro para condensar la información de audio. Ha comparado la capacidad de compresibilidad del ruido aleatorio con la de distintos estilos de música (clásica, pop, rock, tecno), encontrando que mientras que el ruido sólo puede reducirse a un 86% de su tamaño original, el pop, el rock y el tecno eran compresibles hasta alrededor del 60%, pero obras maestras aparentemente complejas como la Tercera Sinfonía de Beethoven podía ser comprimida hasta el 40%.

Hudson concluye que el máximo placer se extraería de composiciones musicales complejas para el oído pero que pueden ser descompuestas en pautas sencillas por el cerebro. Hasta aquí el estudio.

Asumiendo que esta correlación es, efectivamente causal, nos aventuramos a conjeturar que estos resultados serían un indicio de que nuestra apreciación por la música dependería de dos factores: la posibilidad de una composición para ser comprimida y de nuestra capacidad para poder comprimirla. Porque no todos los programas son iguales, podría ocurrir que hubiese composiciones que se pudiesen comprimir fácilmente al 60% y, otras, compresibles al 40%, a cuyo máximo sólo algunos podrían llegar. En esta línea, la escucha repetida de una obra permitiría un aprendizaje que facilitaría acercarse al máximo de compresibilidad para la misma; por tanto, aquellas obras cuyas escuchas repetidas permiten seguir comprimiéndolas serían las composiciones llamadas a convertirse en “clásicos”. Pero esto, como siempre, son nuevas preguntas en busca de una respuesta.  

Referencia:

Hudson NJ (2011). Musical beauty and information compression: complex to the ear but simple to the mind? BMC research notes, 4 (1) PMID: 21251325

3 comentarios:

Raven dijo...

Hace ya muchos años, leí que la mente de los japoneses registraba mucha más actividad que la de los occidentales al oír el sonido de la lluvía o el de las cigarras. Asociándolo ellos a "música" y nosotros a "ruido"

Desconozco si era la historia cierta o no. Pero siempre me hizo pensar en la música como matemáticas. Cuando todo encaja, parece que tu cerebro puede "predecir" el siguiente sonido. Esa "anticipación" ese "encajar" la convierte en algo de lo más _si no lo más_ increíble.

Por cierto si no la habéis escuchado, os aconsejo a Evelyn Glennie, estuvo en TED talk y me pareció genial.

Anónimo dijo...

Muy buen artículo; estoy completamente de acuerdo. Aunque las conclusiones son aventuradas para lo que es el experimento, no dudo en que las cosas vayan en ese sentido, es decir, en que la mente subconsciente puede reconocer pautas existentes en conjuntos complejos de datos y que nuestro cerebro habría evolucionado para encontrar las pautas sencillas como placenteras. Evolutivamente tiene mucho sentido, y ya fue defendido y explicado por Jean-Pierre Changeux en su libro Razón y placer.

Joseph Kovacs dijo...

Interesante artículo. Aunque la metodología es un poco endeble para concluir lo que concluye, no dudo que lo que dice es cierto, es decir, que estamos predispuestos a reconocer pautas sencillas en lo complejo, y que somos recompensados por nuestro cerebro por ello. Esto ya fue explicado y defendido por Jean-Pierre Changeux en su libro "Razón y placer", y es lógico desde el punto de vista evolutivo.



la mente subconsciente puede reconocer pautas existentes en conjuntos complejos de datos y que nuestro cerebro habría evolucionado para encontrar las pautas sencillas como placenteras.