lunes, 17 de enero de 2011

La postura corporal afecta a la autoestima.



Todavía me parece escucharla: “¡Tú recto! ¡La cabeza alta! ¡Mirando siempre a la punta de la Torre de La Equitativa*!”. Para mi abuela era muy importante la postura; según ella, influía mucho en cómo los otros te veían y en cómo te veías tú mismo. Ahora un estudio publicado en Psychological Science dirigido por Li Huang y Adam Galinsky, ambos de la Universidad Northwestern (EE.UU.), viene a confirmar esta idea.

Evidentemente la postura importa. El grande es el dominante en las distintas especies animales, incluida la humana, y las posturas que aumentan el tamaño aparente del individuo hacen que los otros le traten como si fuese más poderoso. No estaba tan claro que la postura afectase a la autoestima. Huang y Galinsky, para comprobarlo, compararon los efectos de la postura en la autoestima con los de un potenciador del ego mucho más convencional, las posiciones de mando. Sorprendentemente, concluyen que la postura puede influir incluso más.

En primer lugar los investigadores hicieron que 77 estudiantes voluntarios rellenasen unos cuestionarios, que parecían claramente diseñados para evaluar su capacidad de liderazgo. A la mitad de los sujetos se les dio un informe en el que se indicaba que, basándose en los cuestionarios, se le iba a asignar el papel de jefe en un experimento posterior. A la otra mitad se le dijo, también por escrito, que en dicho experimento serían subordinados. Mientras esperaban estos resultados se les pidió que participasen en un estudio de márketing para probar sillas ergonómicas. Esto implicaba que se sentasen en una silla de oficina en una postura específica al menos durante tres minutos. La mitad de los participantes se sentaban en posturas “contraídas”, con las manos por debajo de la cadera, las piernas juntas y los hombros hacia delante. La otra mitad en posturas “expansivas”, con las piernas separadas, la espalda recta y los brazos hacia fuera.

En realidad, ninguna de estas pruebas era lo que parecía. El cuestionario era irrelevante. A los voluntarios se les asignó un papel de jefe o de subordinado al azar. La prueba de la postura no tenía nada que ver con la ergonomía. De hecho, cada versión de postura tuvo el mismo número de futuros jefes que de subordinados. Una vez que terminó la prueba de la postura, los participantes recibieron su nuevo estatus como jefe o subordinado. Para evaluar la sensación de poder se pidió a los sujetos que realizaran una tarea de completar palabras. Esta tarea consistía en, dado un fragmento (“l_ad”, por ejemplo) completarlo para formar la primera palabra que viniese a la cabeza. Siete de los fragmentos podían interpretarse como palabras relacionados con el poder (las equivalentes en inglés para “poder”, “dirigir”, “liderar”, “autoridad”, “control”, “mandar” y “rico”). Cada uno de estos fragmentos que era interpretado como una palabra de poder (en nuestro ejemplo, “lead”, liderar, en vez de “load”, carga) significaba un punto para el participante, sin que éste lo supiese.

Aunque estudios anteriores sugerían que un simple cargo es suficiente para producir un incremento detectable en la sensación de poder de un individuo, Huang, Galinsky y sus colaboradores no encontraron diferencias en las puntuaciones de los voluntarios a los que se les dijo que eran jefes y las de aquellos a los que se les dijo que serían subordinados. La postura sí reveló diferencias. Los que se sentaron en una postura “expansiva”, independientemente de si pensaban que eran jefes o subordinados, obtuvieron un promedio de 3,44. Los que se habían sentado en posturas “contraídas” obtuvieron un 2,78.

Una vez establecido el principio, los investigadores compararon el efecto de la postura en decisiones relacionadas con el poder en distintas situaciones: hablar primero en un debate, tomar la iniciativa de abandonar el lugar de un accidente aéreo para buscar ayuda, o unirse a un movimiento para liberar a un prisionero encarcelado por error. En los tres casos aquellos que se sentaban en posturas expansivas elegían la acción activa (hablar primero, buscar ayuda, luchar por la justicia) más frecuentemente que los que habían tenido una postura “contraída”.

La conclusión, por tanto, es que mi abuela tenía razón. Los que andamos por ahí con la cabeza alta no sólo obtenemos el respeto de otros, también parece que nos respetamos más a nosotros mismos.

Referencia:

Huang L, Galinsky AD, Gruenfeld DH, & Guillory LE (2011). Powerful postures versus powerful roles: which is the proximate correlate of thought and behavior? Psychological science : a journal of the American Psychological Society / APS, 22 (1), 95-102 PMID: 21149853

* La Torre de La Equitativa es un edificio de Málaga.

4 comentarios:

Rubén Tovar dijo...

El orden de las palabras bien podría invertirse en el título de la entrada:
"La autoestima afecta a la postura corporal"
Dependiendo del profesional que lo lea concluirá distintas posibles aplicaciones en su campo.

Tal vez sea de su interés:
http://rubentovar.blogspot.com/2010/11/como-me-siento.html

Un saludo.

Carlos OC dijo...

Siempre he pensado que el tratamiento ideal para la gente con poca autoestima es ponerles un collarín (como si se hubieran lesionado las cervicales) de forma que anden erguidos y con la cabeza mirando al frente.

En cuestion de dos semanas los tenemos robando el bocata a los chunguitos del insti. Y yo cobrando royalties.

SolAR dijo...

Existen cosas que no necesitan ser investigadas, porque quien observa las ve claramente, pero ¡hay tantos científicos ciegos!.

Abrazos.

Rubén Tovar dijo...

Solar, no estoy de acuerdo en absoluto. Las cosas que parecen estar más claras, también necesitan ser investigadas. Todo merece pasar el filtro científico. A veces, de cosas sencillas que parecían obvias, se concluyen cosas fascinantes.