martes, 13 de agosto de 2013

Siguiendo a la manada: de los Mares del Sur a Facebook


¿Cuántas veces nos hemos hecho la pregunta de por qué determinada persona, siendo tan inteligente, cree cosas absurdas o realiza actos igualmente absurdos? El hecho de que nos hagamos esta pregunta indica que seguimos confundiendo inteligencia con racionalidad. Lo segundo es más raro que lo primero, básicamente porque lo segundo requiere esfuerzo y disciplina.

En varias ocasiones hemos hablado de la importancia que los sesgos cognitivos tienen en nuestro comportamiento. Uno de los que más nos cuesta reconocer que influye en nosotros es el comportamiento impuesto por la manada: hacemos lo que hacen los demás, simplemente porque lo hacen los demás. Es un comportamiento que tiene su lógica evolutiva: si todo mi grupo huye, mejor huyo yo también y luego, ya si eso, pregunto por qué corren; quedarse a averiguar la causa podría convertirme en la cena de un depredador. Lo mismo aplica a la búsqueda de comederos (preferimos bares y restaurantes con gente a vacíos), a la pareja (en la que encontramos atractivo al espécimen ya elegido y favorito de otros congéneres), o lo que nos gusta, divierte o emociona en general (por eso las risas enlatadas, los aplausos inducidos o las imágenes seleccionadas de público secándose las lágrimas en los programas de televisión). En esta era 2.0 seguimos sujetos al mismo principio, como ponía de relieve un estudio aparecido la semana pasada sobre nuestro comportamiento en Facebook.

Como apuntábamos al comienzo, la inteligencia no nos salva de él salvo que la utilicemos para desarrollar pautas que nos eviten caer inconscientemente en estos comportamientos que muchas veces son usados contra nosotros (básicamente por vendedores, publicistas, políticos y timadores; lo que no significa necesariamente que sean lo mismo). Tampoco nos salva la ciencia. Ni saber matemáticas. Ni ser religioso. Sólo la disciplina mental es de alguna utilidad.

Pero, mejor que argumentar, ilustrémoslo con un conocido caso histórico. En ningún lugar se expresa mejor de forma cuantitativa la irracionalidad humana que en el mercado de valores. Aún más desde que existe la prensa. Así que empecemos por el principio: Inglaterra, comienzo del siglo XVIII.

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