sábado, 24 de diciembre de 2011

Un reflejo de la Tierra





Noyori subió con esfuerzo a su nave. Tras dos años en Terraforma-5.1 con gravedad artificial de 0,9 g y dos meses en la nave sin ella, moverse en este planeta de masa sólo un cinco por ciento mayor que la Tierra se le hacía muy trabajoso a pesar del exoesqueleto motorizado que usaba. Se sentó pesadamente en la pequeña sala de comunicaciones y comenzó a preparar su primer informe, exclusivo para la comandante Paulze. A través de la pequeña ventana se extendía un macizo de árboles que, a primera vista, le recordaba a los de su Hokkaido natal. Había que fijarse en los detalles para darse cuenta que aquellos no eran pinos y abetos, sino especies completamente diferentes.

A Noyori le estaba costando editar la información. Todo lo que viese, oyese u “oliese”, así como su biométrica, quedaba grabado y sería enviado como archivo adjunto. Pero la comandante quería su opinión. Él era piloto de combate, una persona entrenada en seguir protocolos y habituado a tomar decisiones rápidas en caso de necesidad, no un científico, aunque tuviese acreditación C3. Él no tenía que estar editando aquello. La explosión de Terraforma-4.7 cuatro años terrestres antes había dejado a Terraforma-5.1 como la única estación operativa en todo aquel sector de la galaxia. Terraforma-4.7 había sido un centro de investigación y adiestramiento, con lo que con la explosión desaparecieron buena parte de los científicos de niveles C4 y C5. Un científico era algo muy preciado en aquellos momentos, demasiado como para enviarlo a una misión casi de rutina como aquella.

Decidió que describiría sólo los hechos, sin aventurarse a dar ningún tipo de hipótesis explicativa. Ya habría tiempo para aquello. Comenzó contando sus intentos fallidos de contactar con la base de Carroll 23c durante la aproximación. No le preocupó demasiado, era habitual que las comunicaciones desde la superficie en algunos planetas fuesen precarias debido a la presencia de ionosferas muy densas, y estaba acostumbrado a encontrar su camino, a volar “ciego”. Tampoco esperaba recibir respuesta. Después de todo, lo que había hecho que la comandante Paulze le enviase era que no había ningún tipo de comunicación proveniente de Carroll 23c. Tras haber recibido sin problemas más de 30 informes, las comunicaciones con la base habían cesado por completo. Si habían tenido problemas con la antena de superficie, no constaba que la ionosfera del planeta fuese particularmente importante, alguno de los dos miembros del equipo habría podido usar la nave auxiliar para ascender hasta una altura suborbital y enviar sus informes desde allí. Pero hacía dos meses y medio que Carroll 23c no enviaba ningún tipo de dato.

La causa del problema se le hizo evidente durante la aproximación final. La antena había caído como consecuencia de un desprendimiento de rocas y podía verse hecha un amasijo en el fondo de un barranco. Esos inútiles habían colocado las radiobalizas en el mismo lugar, seguro. Y es que estos exploradores eran demasiado jóvenes y demasiado inexpertos. La política de natalidad cero del gobierno confederal estaba dando sus frutos: la gente bien formada prefería quedarse en la Tierra superpoblada ganando buenos sueldos en vez de dedicarse a colonizar la galaxia. Este trabajo había quedado para los jovenzuelos que no querían, o no podían, alcanzar la acreditación C2 y para los que la ACCE, Agencia Confederal para la Colonización Espacial, necesitada de mano de obra, era la salida fácil y bien pagada. Al fin y al cabo todo, o casi todo, estaba automatizado.

Vio a Sánchez nada más posicionar la nave para el descenso. Estaba acurrucado en posición fetal debajo de una especie de abeto, justo enfrente de la entrada al pequeño edificio de una sola planta y aspecto metálico de la base. Noyori había detenido los motores y enviado el mensaje estandarizado de “Llegada sin problemas”. Aunque las lecturas de oxígeno eran normales, confirmando las informaciones que decían que la concentración de oxígeno en Carroll 23c era sólo algo superior a la de la Tierra, y la temperatura eran unos agradables 298 K, el piloto salió con aprensión al aire libre; eso de moverse sin traje presurizado se le hacía muy raro.

Sánchez no se movía, ni siquiera para respirar. Se acercó al cadáver con su arma reglamentaria activada. Sánchez estaba acurrucado, abrazándose las rodillas. No se apreciaban señales de violencia, aunque podían verse marcas en el suelo, seguramente de pequeños animales locales que habían intentado rasgar sin éxito el tejido que cubría todo el cuerpo del explorador. Su cara tenía una expresión pacífica, como la del que está durmiendo, pero lo marcado de sus huesos, cuando por las señales de descomposición no debía de llevar más de cinco días muerto, no era normal. El resto de su cuerpo también se veía extremadamente delgado. Una idea atravesó súbitamente la mente de Noyori, y un escalofrío recorrió su dolorida espalda, escenas como esta las había visto en la guerra de Mongolia y luego otra vez en el conflicto del este de África. Era algo inconcebible, que no podía ser y, sin embargo...los que morían de hambre tenían ese aspecto.


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4 comentarios:

Carlos OC dijo...

Me ha encantado. Hace tiempo que no leo ciencia ficcion y acaba de picarme el gusanillo. Gracias.

¡Y felicidades por el relato!

PD: Es desalentador que en la Tierra del futuro no sean capaces de dar solución a sus problemas de superpoblación y guerras. Avanzará la tecnología, ¿pero lo haremos nosotros?

Un saludo

Nuria dijo...

Me ha gustado mucho. ¿Va a seguir?

Anónimo dijo...

Me asombra la capacidad de comunicación que tienes, tanto en los artículos como en este relato de ciencia ficción. Gracias

Anónimo dijo...

Me asombra la capacidad de comunicación que tienes, tanto en los artículos como en este relato de ciencia ficción. Gracias