martes, 25 de junio de 2013

Matemáticas y mundo físico (II): la indispensabilidad de las matemáticas


Pocos discutirán que las matemáticas son necesarias para la ciencia y la ingeniería. Parece una afirmación evidentemente cierta decir que la expresión y manipulación de las teorías físicas sería poco menos que imposible sin muchos aspectos avanzados de muchas ramas de las matemáticas. Así como que la química y la biología necesitan de las matemáticas continuamente para expresar la forma en que se comportan y evolucionan en el tiempo los objetos de su estudio. Tampoco parece exagerado decir que es inimaginable cualquier obra ingenieril, desde el diseño de un micromotor a la construcción de un megapresa, sin exhaustivas simulaciones y cálculos matemáticos. En resumen, que decir que las matemáticas son indispensables para la ciencia parece una afirmación no sólo verdadera sino también una que debería suscitar bastante consenso. Pero no es tan sencillo.

En una anotación anterior argumentábamos que los objetos matemáticos no existen y la semana pasada, sin ir más lejos, veíamos como la soberbia cartesiana convertía el conocimiento científico en una consecuencia del conocimiento apriorístico matemático. Pues bien, afirmar que las matemáticas son indispensables para la ciencia es una forma de argumentar que los objetos matemáticos sí existen y que la “confirmación” de las matemáticas vine proporcionada por la ciencia. Este análisis tiene envergadura suficiente como para tener nombre propio, el argumento de indispensabilidad de Quine-Putnam (AIQP), y ser uno de los favoritos de los platonistas para justificar el realismo matemático.


No es necesario entrar en demasiadas profundidades para seguir las líneas maestras del AIQP: no deja de ser la aplicación del método hipotético-deductivo a la epistemología de las matemáticas.

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martes, 18 de junio de 2013

Matemáticas y mundo físico (I): la soberbia cartesiana

xkcd

Podría pensarse que la afirmación platónica de la existencia de un mundo de perfección en el que las ideas matemáticas existen realmente y su conocimiento a priori (véase Los objetos matemáticos no existen) ha sido, a la par que influyente históricamente, lo más audaz que se ha podido decir sobre la ontología y la epistemología de las matemáticas. Y sin embargo, Descartes, uno de los padres de la geometría algebraica a la vez que filósofo, le supera en ambos aspectos. Esta visión cartesiana, a través de Kant, aún es perceptible hoy día en muchas discusiones sobre el asunto. Vamos a verlo.

Como seguramente recordaremos Descartes era un racionalista, en unos siglos, XVII y XVIII, en que o eras racionalista o eras empiricista. Sin embargo, en lo que respecta a las matemáticas había bastante acuerdo entre ambos bandos respecto a su ontología. Curiosamente hoy día aún hay quien plantea este punto de vista de hace más de 300 años como el colmo de la modernidad, a saber, que los objetos matemáticos son nuestras ideas.

Por otra parte, respecto a la epistemología, racionalistas y empiricistas compartían, si no todos, sí algunos criterios. La diferencia fundamental estaba en suponer que la idea de, digamos, un triángulo, es preexistente (innata) para los racionalistas (cosa que comparten con Platón), mientras que los empiricistas habrían dicho que nuestra idea de tres, o de triángulo, debe su existencia a nuestras percepciones de grupos de tres elementos y de objetos triangulares. Una vez salvado el problema del origen, unos y otros vuelven a coincidir en que una vez provistos de las ideas relevantes a partir de ahí las matemáticas son independientes de cualquier experiencia posterior.

Pero, es precisamente en su relación con el mundo de la experiencia donde volvemos a encontrar discrepancias: los racionalistas como Descartes enfatizan la importancia de las matemáticas para nuestra comprensión del mundo, mientras que los empiricistas, los Locke, Berkeley o Hume, la minimizan.

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sábado, 15 de junio de 2013

George, el cuestionario: ¿piensas por ti mismo?

El breve cuestionario que encontrarás a continuación es una adaptación de uno original de Marilyn vos Savant y que ella bautizó “George” [más sobre el nombre al final].

No es un test de inteligencia.

No es un test de razonamiento lógico.

No es un test de personalidad.

Es un test para evaluar si piensas por ti mismo.

Son nueve preguntas. Algunas sorprendentes, incluso raras. Respóndelas en serio, con total honestidad y tomándote el tiempo que necesites para la reflexión (a fin de cuentas sólo tú sabrás el resultado salvo que decidas compartirlo). Alguna pregunta puedes pensar que no va contigo; en ese caso responde aplicando la lógica y la verdad en tu caso (ya lo entenderás si encuentras alguna pregunta así). Los resultados del cuestionario son mejores si se hace de noche (de verdad, no es broma).

Al final hay dos preguntas que sí son un test de lógica, no hay que responderlas si no se quiere, no se puede o no se sabe.

En una anotación posterior comentaré el fundamento de cada pregunta y daré las respuestas a las cuestiones finales. La foto no significa nada, es sólo un separador. Que pases un rato entretenido autoconociéndote.



George

1 Cuando ves una película muy divertida en casa que te provoca carcajadas, ¿te ríes con la misma frecuencia e igual intensidad que lo harías si la estuvieses viendo en el cine?

2 Si tu número de calzado es el 40, ¿dejarías de comprar un par de zapatos marcados con un 38 aunque al probártelos te entrasen bien los pies?

3 La primera vez que fumaste un cigarrillo o tomaste tu primera bebida alcohólica, ¿estabas sólo o en compañía?

4 ¿Alguna vez le has pedido consejo a tu médico sobre un asunto no estrictamente médico?

5 ¿Te gusta la ópera?

6 ¿Podrías decir si tu programa favorito de televisión, sea éste el que sea, es conservador o progresista (en América, liberal )?

7 ¿Votas aún al mismo partido al que votaste cuando lo hiciste la primera vez?

8 ¿Te enfadarías si el gobierno decidiera quedarse con un 15% o más de lo que es tuyo?

9 ¿Tienes las mismas creencias religiosas que tus padres? [a efectos de este cuestionario exclusivamente, y con objeto de que sea general, el ateísmo se trata como una creencia religiosa aunque no lo sea]

Selecciona desde aquí para ver la forma de evaluar las respuestas (escritas en blanco).

Respuestas

1 Si te ríes tanto en casa como en el cine apúntate un 3; si no un 0

2 Si no te los comprarías apúntate un 0, si sí un 3

3 a) Si estabas sólo, suma 3; si acompañado, 0
b) Si nunca has fumado ni bebido: si es por motivos religiosos 0, por cualquier otro +3.

4 a) En la consulta del médico: Si has pedido consejo, 0; si nunca lo has hecho +3.
b) Fuera de la consulta (amigo, familiar): si le has pedido consejo no médico, +3.

5 Si tu respuesta ha sido no y nunca has visto una, 0; si has visto una y no te gusta, +3. Si has respondido que sí y nunca has visto una, 0, si sí la has visto +3.

6 Si puedes, +3, si no, 0.

7 Si votas lo mismo que la primera vez, nunca has tenido dudas y ni siquiera te has planteado otra cosa, 0. Si votas lo mismo, pero te lo has planteado seriamente cada vez o votas diferentemente, +3.

8 Si te enfadarías, 0; si no, +3.

9 Si tienes la misma religión que tus padres y nunca te la has cuestionado sus enseñanzas, 0, si es diferente o la misma pero te la has cuestionado seriamente, +3.

Resultados

Entre 0 y 9: tu cerebro está dormido y son los demás los que piensan por ti.

Entre 9 y 18: necesitas trabajar más en la autonomía de pensamiento, aunque tienes parte del camino andado.

Entre 18 y 27: tu mente está en despierta y en uso.

Cuestiones finales (lógica)

1 ¿Por qué el test se llama George?
2 ¿Por qué cada pregunta suma un máximo de tres puntos?




miércoles, 12 de junio de 2013

Químicos modernos: Gustave Bémont, el fantasma de la rue Vauquelin

En 1911 el comité Nobel concedía el premio de química a Marie Curie “como reconocimiento a sus servicios en el avance de la química por el descubrimiento de los elementos radio y polonio, por el aislamiento del radio y el estudio de la naturaleza y compuestos de este elemento extraordinario.”

Que Marie Curie merecía el premio nadie lo discute, ni lo haremos nosotros en lo que sigue. Ahora bien, también es cierto, que nada de lo relacionado con el descubrimiento del polonio y el radio hubiese sido posible sin los conocimientos químicos de Gustave Bémont.  Es nuestro objetivo en este breve texto exponer algo de la química del descubrimiento, la mejor forma, creemos, de comprender la verdadera dimensión de las aportaciones de Gustave Bémont. Por otra parte quizás también sería interesante desmitificar la imagen del trabajo aislado de la pareja Curie en sus primeros años de colaboración, por lo que mencionaremos a todo aquel que nos conste que ayudó de alguna manera relevante (que fueron, mire usted, mayoritariamente químicos).

El fantasma, Pierre y Marie Curie en el laboratorio de rue Vauquelin / Foto tal cual aparece en Wikimedia Commons


Un tema para la tesis

La anécdota de la vida de Marie Curie es tan conocida que no abundaremos en ella. Baste decir que Marie Curie obtuvo su segunda licenciatura (en matemáticas) en 1894, tras haber obtenido la de física en 1893 y haber comenzado a trabajar bajo la supervisión de Gabriel Lippmann (quien a la postre sería su director de tesis y su primera conexión con la Academia de Ciencias; curiosamente obtendría el Nobel en 1908, después de que su pupila lo consiguiese en 1903). En 1895 se casó con Pierre Curie, un físico conocido por sus estudios en magnetismo y simetría cristalina que, junto a su hermano Jacques, había descubierto el efecto piezoeléctrico en 1882. Pierre era en ese momento profesor e la Escuela Municipal de Física y Química Industriales (EMFQI), sita en el número 10 de la rue Vauquelin de la ciudad de París.

El descubrimiento de la radioactividad por parte de Becquerel había planteado un problema desconcertante: las sales de uranio mantenían en el tiempo, sin una fuente de energía externa, la capacidad de ennegrecer una placa fotográfica. Marie, que buscaba tema para su tesis decidió investigar el fenómeno.

El 11 de febrero de 1898 Marie comienza una búsqueda sistemática de elementos y compuestos con la capacidad de conferir conductividad eléctrica al aire (lo que hoy llamaríamos elementos y compuestos radioactivos). Comprobó, usando para ello una antigua sala de disección anexa a las instalaciones de la EMFQI, todas las muestras de que disponía en la escuela más las que pidió prestadas a distintos laboratorios de la ciudad. La lista de materiales analizados es bastante extensa y puede ser agrupada en tres grandes grupos:

1) Metales y metaloides disponibles habitualmente (de la colección mantenida por el profesor Etard, EMFQI)

2) Sustancias raras: galio, germanio, neodimio, praseodimio, niobio, escandio, gadolinio, erbio, samario y rubidio (proporcionadas por Demarçay); itrio, iterbio junto con un “nuevo erbio” (proporcionadas por Urbain)

3) Rocas y minerales (colección de la EMFQI)

Los resultados obtenidos fueron lo suficientemente interesantes como para que el profesor Lippmann presentase una nota de Marie (ella sola, sin Pierre como coautor) a la Academia de Ciencias y para que Pierre abandonase sus propias investigaciones cristalográficas para dedicarse de lleno al nuevo fenómeno.

El uranio y algo más

Marie descubrió que todos los minerales que eran activos contenían o bien uranio o bien torio (esto último lo había descubierto independientemente dos meses antes Gerhard Schmidt; en esta época de efervescencia los descubrimientos se atribuían por diferencias de meses, si no semanas, como bien supo un hoy olvidado Silvanus Thompson que descubrió la “hiperfosforescencia” del nitrato de uranio en febrero de 1896, exactamente a la vez que Becquerel, pero éste lo comunicó públicamente antes. De ahí la prisa de Marie y Lippmann por comunicar resultados parciales).

Pero el resultado más importante de Marie fue que la pechblenda, una variedad de uraninita (UO2), era (es) cerca de cuatro veces más activa que el uranio metálico, que la chalcolita (hoy metatorbernita), Cu(UO2)2(PO4)2·8 H2O, lo era alrededor de dos veces y que la autunita, Ca(UO2)2(PO4)2·12H2O, aunque menos marcado que los anteriores, también presentaba una actividad anómala. Tras sintetizar chalcolita en el laboratorio a partir de sus constituyentes puros, Marie comprobó que en la chalcolita sintética la actividad era proporcional al contenido de uranio. Esto la llevó a una conclusión que aparece en la nota a la Academia en una frase clave: “Este hecho es muy notable y sugiere que estos minerales podrían contener un elemento mucho más activo que el mismo uranio”.

De la física a la química

El matrimonio Curie se enfrentaba ahora a la necesidad de investigar la pechblenda. Si bien podía usar el dispositivo inventado por Pierre para medir la actividad de los compuestos y guiar el trabajo, los conocimiento necesarios de química sobrepasaban de manera notable los que la pareja pudiese tener.

Afortunadamente estaban en el lugar ideal para encontrar la ayuda que necesitaban. Como centro de formación en química industrial la EMFQI contaba con grandes especialistas en el tratamiento de minerales. Pierre recurrió al mejor: Gustave Bémont, el chef de travaux de chimie , el responsable de las prácticas de química en la Escuela. Él, tras muchas pruebas, terminó diseñando para ellos la siguiente marcha analítica (que es la que aparece en la nota de Pierre y Marie, no Bémont, que Becquerel presentó a la Academia con el descubrimiento del polonio):

Marcha analítica para el polonio. Véase el texto para una explicación / Tomado de  Adloof & McCordick "The Dawn of radiochemistry" (1995) Radiochimica Acta 70/71, 13-22  


El tratamiento de los primeros 100g de pechblenda comenzó el 14 de abril de 1898. Lo que sigue da una idea de la pericia analítica necesaria para llevarlo a cabo.

La muestra se molió y fue tratada con HCl. Los residuos insolubles aún eran muy activos, por lo que tras fundirlos con una mezcla de carbonato potásico e hidróxido sódico se solubilizaron con ácidos.

El tratamiento de la disolución ácida con H2S fue un paso muy importante, digno de una gran experiencia química, ya que los sulfuros precipitados eran más activos que el resto de la disolución residual. La actividad en los sulfuros era insoluble en sulfuro de amonio, por lo que pudo separarse de As y Sb. El resto de sulfuros insolubles se disolvieron con nítrico tras la adición de sulfúrico y parte de la actividad acompañaba al sulfato de plomo. Finalmente se encontró la actividad mayoritariamente concentrada en la última fracción, que contenía “sólo” bismuto y plomo.

Separar la sustancia activa del bismuto y el plomo por métodos húmedos resultó tremendamente laborioso. Esta frase tan sencilla nos debe dar una idea de la inmensidad del trabajo llevado a cabo: cada ensayo significaba tratar una muestra no pequeña del residuo al que se llega tras todos los pasos anteriores. Finalmente encontraron que la precipitación fraccionada repetida podía ser una vía, angustiosamente lenta, pero segura. Al añadir agua a una disolución ácida del residuo las fracciones que precipitaban antes eran las que portaban la mayor parte de la actividad. De esta forma el 6 de junio tenían un sólido 150 veces más radioactivo que el uranio.

Mientras tanto Pierre probaba cosas nuevas, a ver si alguna podía ser útil. El mismo 6 de junio se le ocurrió calentar el residuo en un tubo de vacío a varios cientos de grados: los sulfuros de bismuto y plomo se quedaron en la parte caliente del tubo, mientras que en la parte fría (entre 250 y 300ºC) condensaba una capa negra con la actividad. Ese día el equipo consiguió una muestra 330 veces más activa que el uranio. Tras reiterar el proceso, purificando la muestra, consiguieron llegar a 400 veces.

La nota presentada por becquerel, y firmada por Pierre y Marie (no por Bémont, reiteramos) termina diciendo: “Creemos que la sustancia que hemos recuperado de la pechblenda contiene un hasta ahora metal desconocido, similar al bismuto en sus propiedades analíticas. Si la existencia de este nuevo metal se confirma proponemos que se le llame polonio en honor de la tierra natal de uno de nosotros”.

Por primera vez en la historia se anunciaba el descubrimiento de un elemento sin aislarlo y sin medir sus propiedades físicas. Demarçay, renombrado espectroscopista, fue incapaz de detectarlo, lo que no es de extrañar habida cuenta de la bajísima concentración en la muestra (del orden de nanogramos). Hubo que esperar al tratamiento de varias toneladas de pechblenda en 1910 (cosa que hicieron Marie y André Debierne; ese mismo año Debierne, descubridor del europio, ayudó a Marie a obtener el radio metálico) para obtener una muestra de 2 mg de producto que contendría aproximadamente 0,1 mg de polonio.

Gustave Bémont, Pierre y Marie Curie en el laboratorio de rue Vauquelin

El equipo siguió trabajando en lo que después sería el descubrimiento del radio a finales de año. En esta ocasión la nota a la Academia sí aparece firmada por los Curie y Bémont, como era de justicia. Sin embargo, la historia ha querido que Gustave Bémont (1857-1937), que podría haber justamente compartido el Nobel con Marie, quedase reducido a una mención en una placa en el 10 de la rue Vauquelin que casi nadie termina de leer.



Esta entrada es una participación de Experientia docet en la XXVI Edición del Carnaval de Química que organiza El cuaderno de Calpurnia Tate.




martes, 11 de junio de 2013

Atrapando la suerte

En no pocas ocasiones, y con los más variados objetivos, se menciona un concepto llamado “el método científico”. Ocurre que en la inmensa mayoría de esas ocasiones se da por sentado que “el método científico” es uno, a saber, el hipotético-deductivo. Sin embargo, el azar juega un papel muy importante en el progreso científico. Se estima que entre el 33 y el 50% de los descubrimientos tiene algún componente de azar. Si algo tiene en común la práctica científica actual bien realizada, independientemente del campo concreto, es que está diseñada para beneficiarse de este hecho. Y esta forma de actuar hace que no podamos hablar de un método científico lineal, como el hipotético-deductivo, como el mejor descriptor de lo que hacen los científicos realmente. Veamos un ejemplo histórico para ilustrar lo que queremos decir.

Becquerel y el descubrimiento de la radioactividad

Es muy conocida la anécdota del descubrimiento de la radioactividad: “En 1896 Becquerel descubrió por accidente el fenómeno de la radiactividad, observó que unas placas fotográficas que había guardado en un cajón envueltas en papel oscuro estaban veladas. En el mismo cajón había guardado un trozo de mineral de uranio. Becquerel comprobó que lo sucedido se debía a que el uranio emitía una radiación mucho más penetrante que los rayos X. Becquerel había descubierto la radiactividad, pero su explicación era incorrecta.” (tomada de aquí).


Dicho así esto parece un caso completamente azaroso, sin relación alguna con ningún tipo de metodología. Y no es así. De hecho Becquerel estaba siguiendo el método hipotético-deductivo a rajatabla, si bien lo que le permitió tener éxito fue precisamente lo que no está en una exposición de dicho método.

El 20 de enero de 1896 tuvo lugar una sesión de la Academia de Ciencias de París, en la que los asistentes quedaron pasmados ante la presentación que hizo Henri Poincaré de las primeras radiografías (término actual) que le había remitido Wilhelm Röntgen. La exposición que hizo incluía una descripción del origen de estos rayos desconocidos (rayos X) en la franja luminosa de la pared que recibía el flujo catódico en un tubo de vacío.

Varios de los físicos presentes se aprestaron a investigar el fenómeno y muchos formularon una hipótesis similar: como se relacionaba esta franja luminosa con el fenómeno de la fosforescencia (la reemisión de radiación absorbida durante un tiempo tras el el cese de la radiación incidente), quizás los minerales fosforescentes también serían capaces de emitir rayos X tras la exposición a la luz solar. Todos, incluido Becquerel, recurrieron a minerales fosforescentes conocidos: el espato de flúor (fosforita) o la blenda hexagonal (wurtzita), por ejemplo. Sin éxito.


Si el falsacionismo fuese una descripción adecuada del acontecer cotidiano en la ciencia, ahí debería haber quedado la relación entre fosforescencia y rayos X. Pero el hecho cierto es que donde otros abandonaron, Becquerel recurrió a las sales de uranio. También es cierto que era prácticamente el único que podía hacerlo y que lo hizo movido por un razonamiento que podríamos calificar, siendo amables, de “frágil”.

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viernes, 7 de junio de 2013

Tiempo para leer (VIII)

Todas las semanas se publican decenas de entradas interesantes. Algunas ameritan de más tiempo para disfrutarlas, para la reflexión. Necesitan de tiempo para leer.  


Palermo por Paco Bellido en Cuaderno de viaje

Una visita fascinante a la ciudad siciliana con los ojos y las imágenes de Paco Bellido y Lola Vázquez: arte, historia y ciencia de la mano. (No hagáis caso de nuestra conversación en los comentarios; nos gustan las mismas pedanterías.)


Un texto no demasiado extenso pero que expone una cuestión de hondo calado filosófico.


Te excita lo que tu consciencia te dice que te excita o te excita lo que tu subconsciente dice que te excita. A medir.

Lo que toda persona debería saber como mínimo para poder ser considerada culta en el mundo de hoy. Y algo que los periodistas deberían recitar como el Padrenuestro.


Podría ser que el paso a menores tasas de mortalidad y natalidad no obedeciese a causas puramente económicas sino a cambios culturales.

Diarios de Baikonur por Daniel Marín en Eureka

¿Te imaginas a un niño al que le acaban de regalar su primera bicicleta? El equivalente para un aerotrastornado es que lo lleven a Baikonur, le dejen ver el lanzamiento de un Soyuz y subirse a todo cacharro cosmonáutico que haya en los cinco museos de la ciudad. Si el aerotrastornado es Daniel Marín el resultado es una serie de anotaciones espectaculares en las que disfrutas como él, como un niño.


Uno de los grandes misterios de la ciencia es qué fue antes, la claridad de ideas de Rafa o su increíble capacidad para hacer amena y apasionante cualquier cosa de la que escriba. En esta ocasión nos cuenta su experiencia en un BioBlitz, una experiencia divulgativa que puede ser muy interesante para muchos. A alguno puede que hasta se le despierte el interés por los briófitos.

Los penúltimos alquimistas


El 3 de agosto de 1783 tres eminentes hombres de ciencia hicieron un viaje de más de 45 km desde Londres a Guilford con la intención de presenciar la demostración por parte de un colega de la Royal Society, James Price (nacido Higginbotham en Londres en 1752) , de que había conseguido uno de los objetivos soñados por todos los alquimistas: transmutar el mercurio en oro.

Este distinguido químico, un rico doctorado por Oxford que había sido elegido miembro de la Royal Society cuando sólo tenía 29 años, ya había demostrado públicamente en varias ocasiones sus habilidades alquímicas, había publicado un libro en el que publicitaba sus éxitos e, incluso, se había atrevido a regalar al rey Jorge III parte del oro producido. Hasta ese momento tan sólo caballeros, clérigos, nobles, algún farmacéutico local y amigos habían sido testigos de su proeza.

Estos experimentos públicos los había realizado en su laboratorio de Guilford. Allí, según afirmaba, podía producir metales preciosos mezclando bórax (borato de sodio), nitro (nitrato potásico) y uno de dos “polvos productivos”, uno rojo y uno blanco, descubiertos por el propio Price, con cincuenta veces su peso en mercurio. Tras una mezcla adecuada en un crisol con una varilla de hierro se obtenía, usando el polvo rojo, oro, y usando el blanco, plata. La última de estas demostraciones públicas había tenido lugar el 25 de mayo de 1782.

El presidente de la Royal Society, a la sazón Joseph Banks, estaba preocupado por la reputación de la institución ante la popularidad que estaba alcanzando Price. Así que se dirigió a él para que repitiese el experimento delante de un grupo de miembros cualificados de la sociedad. Price comenzó a poner excusas; que si se le habían acabado los “polvos productivos”, que si empleaba mucho tiempo en elaborarlos, que si no era rentable hacer oro de esa manera (según Price su procedimiento hacía que el oro tuviese un coste de 17 libras la onza, cuando el precio de mercado era de cuatro libras). Banks se mantuvo firme en su petición y amenazó a Price con la expulsión ignominiosa si no satisfacía su requerimiento.

Los tres delegados de la sociedad no estaban preparados para la clase de demostración que les tenía preparada Price. Se acomodaron en el laboratorio mientras Price parecía preparar sus instrumentos y preparados. En un momento dado, Price se aproximó a una mesa lateral donde había una pequeña botella. Visto y no visto ingirió su contenido; instantes después rodaba muerto. Un rato más tarde, uno de los sabios presentes olió la botella e identificó su contenido sin dudar: agua de laurel (ácido cianhídrico).


Si bien el gusto por el dramatismo de Price a la hora de autoexcluirse de los dominios de la ciencia no encuentra paralelo fácilmente, sí es cierto que sirve de ejemplo de las características que tuvieron algunas prácticas como la alquimia durante el siglo XVIII: tenían cierto predicamento pero terminaron marginadas. En muchos libros de historia leemos que la Ilustración, gracias al poder reformador de la razón, había erradicado las antiguas tradiciones y creencias supersticiosas (versiones “del carbonero” de las religiones incluidas), pero el hecho cierto es que sobrevivieron de una forma u otra a lo largo del siglo XVIII y más allá, incluso entre las élites bien instruidas.

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Vídeo "El nacimiento de la Tierra" en "El universo en un día".

Como quizás sepas, el pasado 25 de mayo se celebró en Bilbao el evento Naukas "El universo en un día", con la colaboración de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU. Tuve el honor de participar con una charla titulada "El nacimiento de la Tierra" que es la que puedes ver aquí abajo, cortesía de EITB. Si quieres ver todas, que es lo que te recomiendo, puedes empezar aquí.


martes, 4 de junio de 2013

El universo ametafórico



“La idea de que el Universo sea una gran máquina, que funciona sin la intervención de Dios, como un reloj continúa funcionando sin la ayuda del relojero, es la idea del materialismo y el destino, y tiende (bajo la la pretensión de hacer a Dios una inteligencia supramundana), a excluir realmente a la Providencia y el Gobierno de Dios de este Universo.”

Este es un fragmento (traducción propia) de una carta que Samuel Clarke escribió a Gottfried Leibniz en el transcurso de su extensa e interesante correspondencia durante los años 1715 y 1716. En él Clarke, según algunos con la aprobación de Newton, según otros al dictado del propio Newton, critica la visión del universo como un mecanismo de relojería que mantenía Leibniz.

El universo como mecanismo de relojería es una metáfora que iguala el funcionamiento del universo a un reloj mecánico. Continúa funcionando, como una máquina perfecta, con sus ruedas, muelles y palancas gobernados por las leyes de la física, haciendo cada aspecto de la máquina predecible en el futuro, o calculable en el pasado. Esta idea fue muy popular en el siglo XVIII, tras la aparición de las leyes de Newton que, junto a la ley de la gravitación universal, podían explicar el funcionamiento tanto de objetos terrestres como celestes.

El fragmento de Clarke pone de manifiesto la revolución que para la cosmovisión del siglo XVIII supuso el mecanicismo. Dios dejaba de intervenir en el mundo continuamente y quedaba relegado, como mucho, al diseño y puesta en marcha del reloj universal, al Dios de los deístas. La tesis mecanicista la expresaba claramente Pierre Simon de Laplace:

“Podríamos considerar el presente estado del universo como el efecto del pasado y la causa del futuro. Un intelecto que en un momento dado conociese todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones mutuas de los seres que la componen, si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para analizar los datos, podría condensar en una sola fórmula el movimiento de los más grandes cuerpos del universo y el del átomo más ligero; para un intelecto así nada podría ser incierto y el futuro igual que el pasado estaría presente delante de sus ojos.”

Ese intelecto pasó a conocerse como “el demonio de Laplace”. La metáfora del reloj sustituyó en el siglo XVIII a la metáfora aristotélica, que asemejaba el mundo a un organismo vivo, con un objetivo determinado, compuesto por partes cada una con fines y propósitos propios de su esencia.

Es fácilmente comprensible la atracción y utilidad que tienen las metáforas: son un una forma sencilla de resumir la visión general que se tiene sobre un sistema muy complejo. Son famosas, por ejemplo, las metáforas empleadas a lo largo de la historia reciente para referirse al funcionamiento del encéfalo, siempre empleando lo más avanzado en cada momento: así Descartes comparó el encéfalo con una máquina hidráulica, Freud con una de vapor; posteriormente se asimiló el encéfalo a una centralita telefónica, después a un circuito eléctrico, para terminar llegando al ordenador; últimamente ya se encuentran textos en los que se le asimila a un navegador web o a Internet.


Pero la cuestión es, ¿cuál es la metáfora actual para el universo? ¿Qué ha sustituido al reloj de la Ilustración? Entiéndase las cuestiones desde el punto de vista científico, obviamente; hay personas, no pocas, que mantienen una cosmovisión aristotélica o, lo que es más aberrante si cabe, platónica.

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